Pepe Luis Vázquez ha sido un torero genial, inteligente, sobrado de gracia y sabiduría taurina que ensimismaba en la década de los 40, a los de juventud y maestría, fue un portento de torería y no rehuyó nunca una divisa, en la Feria de Sevilla toreaba la corrida de Eduardo Miura.

 

Cuando en el albero sevillano se iba al centro del ruedo y citaba de lejos a las reses con la muleta a modo de los cartuchos de pescaíto de los bares sevillanos, los tendidos de la Maestranza eran un portento de alegría, eclosión y admiración. En la tarde de la despedida de Marcial Lalanda, en 1942, en Madrid estuvo inconmensurable y se decía el maestro que se va y el maestro que se queda. Era tal su inteligencia y su clase torera, que en cierta ocasión en la Plaza de La Coruña alternaba con Manolete y Carlos Arruza. Este no conocía a Pepe Luis y le preguntó al famoso torero cordobés: ¿quién es este? Y le contestó “el que nos deja torear a nosotros”.

 

En Madrid, a veces, por diferentes razones no salían las cosas como se esperaban que la expectación que despertaba y la afición protestaba, se esperaba al tercio de quites del sexto toro. Y la genialidad y el embrujo de gracia salerosa convertía el quite en una obra de arte, el llamado quite del perdón con gracejo y torería ganaba el entusiasmo desbordado de la afición que se entregaba enloquecida, llenos de emoción. Admiración y alegría esa actitud en razón bien se llamó el quite del perdón. La gente salía de la Plaza, calle Alcalá arriba y no hablaba y gesticulaba con las manos lo que habían visto realizar “Sócrates de San Bernardo”. ¡Sí sería grandioso!

 

Maestro, tuve la surte de presenciar varios quites del perdón que fueron imborrables y faenas grandiosas que no se borran en el recuerdo, pues eran un frenesí de torería. Mestro, que cumpla muchos más, como decano de la actual torería. Con mis recuerdos que cumpla muchos años más y yo que lo vea. Un fuerte abrazo.