“CUATRO DE VITIGUDINO”

(Manuel, Baltasar, Higinio Luis y Santiago)

 Dedicatoria: A mi abuelo Higinio, un hombre extraordinario e irrepetible, de esos de los que solo nacen un puñado por generación, al que por esas amarguras que tiene la vida, no llegué a conocer.

Para poder concluir esta serie de artículos, creo que es imprescindible hacer una referencia al pueblo de Vitigudino (Salamanca). Cabeza de partido y centro de tres comarcas claramente definidas: La Gudina, el Abadengo y la Ramajería.

A Vitigudino, y a mi abuelo Higinio Severino Barrueco.

Natural de Pereña de la Ribera, localidad limítrofe al Duero, se fue a vivir a Vitigudino en el año 1.923, cuando fue destinado allí como Celador de Telégrafos. Pobre y sin recursos, así llegó mi abuelo a Vitigudino. Pero fue más que suficiente, porque su talento, su astucia, su capacidad de trabajo y su prodigiosa inteligencia hicieron el resto.

Tres años después, su situación económica era bien distinta. Boyante y en claro aumento. Se casó con mi abuela, la vitugudinense Clotilde Cañizal Serna.

En su imparable ascensión le adjudicaron la construcción de todas las escuelas de la comarca. Realizó los abastecimientos de aguas de gran cantidad de pueblos. Construyó y explotó las fábricas de harinas de Vitigudino, Bañobarez y Barruecopardo.

Pero todo esto no fue sino el comienzo. Al estallar la 2ª Guerra Mundial logró quedarse con la explotación de uno de los 3 cotos mineros de Barruecopardo, que extraían Wolframio y Chelita, a donde en dos ocasiones viajó de incógnito el ministro de Hitler; el Mariscal Hermann Göering, de quien aunque hasta donde sé no hay visitas documentadas a España, poseo dos fotos, una de ellas en la plaza de toros que construyó mi abuelo en su finca. Hombre con el que mi abuelo trabó una buena amistad, y al que le vendía el mineral extraído de sus minas. 

Para que os hagáis una idea de la clase de persona que fue mi abuelo, os contaré que sufrió en sus carnes un intento de asesinato, pues fueron a buscarle siendo mi padre un niño a su casa 3 cobardes para darle “el paseo” (prefiero no reproducir sus nombres por ser de familias conocidas en la provincia salmantina). Cobardes a los que a pesar de los lloros de mi abuela, y de que pudo haber huido, se enfrentó con las manos desnudas, mandando a dos de ellos al hospital. Debería haberlos mandado al cementerio, pero en fin, mi abuelo no era así.

Pero si una anécdota define la personalidad de mi abuelo, es la siguiente: Un día recibe la llamada del Sr. Laporta Girón, Gobernador Civil de Salamanca. Este le dice a mi abuelo que hay 2000 obreros sin trabajo, 2000 familias en una terrible y precaria situación, y que había pensado en distribuirlos entre los 3 cotos mineros de la zona. Mi abuelo le contestó que no era necesario que molestase a los propietarios de los otros 2 cotos, que él se los quedaba a todos, aumentando de 1000 a 3000 su número de mineros empleados. Esto supuso un menoscabo importante en los beneficios que obtenía mi abuelo, pero lo hizo porque su corazón era tan grande como su inteligencia, y él, que en tiempos anteriores había llegado a pasar hambre, no quería ver a esos mineros y a sus familias en la misma situación. El Gobernador Civil se quedó tan sorprendido que canceló un compromiso en Valencia para poder ir a Vitigudino a la mañana siguiente a conocer a mi abuelo. En aquella reunión le reconoció que los propietarios de los otros dos cotos (más grandes que el de mi abuelo) no querían ningún obrero adicional. Y que mi abuelo había sido el último al que llamó. Aún hoy, décadas después, al llamarme como mi abuelo, cuando estoy en pueblos de Salamanca, algunas personas oyen mi nombre, me preguntan quien soy, y al decirles que soy su nieto, me invitan y cuentan historias sobre como les ayudó mi abuelo y sobre la magnífica persona que era. No puedo transmitiros el orgullo y la emoción que eso me ha provocado en varias ocasiones.

Y claro, a estas alturas pensaréis que porqué os hablo de mi abuelo, o de Vitugudino. Independientemente de que creo que la historia de mi abuelo es apasionante, lo cierto es que como veréis ahora, tiene mucho que ver para la resolución del Misterio de Peñaranda de Bracamonte.

Esto es así ya que dada la fama, la extraordinaria situación económica, y los generosos actos de mi abuelo, si bien había una mayoritaria corriente de simpatía y devoción hacia él, también hubo una pequeña corriente de odio y envidia. Si, esa envidia que los hombres pequeños (no en altura, evidentemente) y miserables pueden sentir. La envidia que los transforma en seres amargados y despreciables. Esa pequeña corriente estaba representada por un grupúsculo de opositores al régimen franquista, comunistas liderados por Manuel Moreno Blanco, más conocido como “el maestro rojo”, de quien era íntimo amigo su correligionario Baltasar Martín “El Machorro”(su apodo en Vitigudino), padre de Santiago Martín “El Viti”. 

Estos fueron en última instancia los causantes de lo que ocurrió en Peñaranda de Bracamonte, y por ende la última pieza del puzzle que completa y soluciona El Enigma.

Por aquel entonces, el empresario de Peñaranda era el apoderado taurino abulense radicado en Salamanca, Florentino Díaz Flores, propietario del negocio textil “Saldos Flores”, que no pasaba por su mejor momento. Hasta el extremo de que mi padre le daba los novillos sin cobrarlos hasta después de los festejos, asumiendo el riesgo que supone el depender de la taquilla para cobrar por sus toros. Esto lo hacía mi padre por el aprecio y la amistad mutua que los unía. Asimismo, Florentino apoderaba a “El Viti”, así que se reunió con él para decirle que actuaría en la corrida de Peñaranda de Bracamonte.

Cuando el entorno del torero se enteró de que los toros de la corrida eran de mi padre, el “maestro rojo” decidió que había llegado la hora de vengarse de mi abuelo, y “el machorro” de vengarse de mi padre. ¿Por qué esa animadversión del padre de El Viti hacia el mío?

Os lo contaré para que veáis lo absurdo y lamentable de ese odio hacia mi padre. Tiempo atrás, el ganadero Manuel Francisco Garzón, íntimo amigo de mi padre, le pidió que le recomendase a su maestro a El Viti, cuando aún no era conocido. D. Emilio Fernández, a pesar de ser un excepcional apoderado y empresario (descubridor entre otros de El Litri, Manolo González, Gregorio Sánchez o Juan Antonio Romero), no le prestó demasiada atención al joven Viti, algo que molestó profundamente al Machorro, quien desde entonces dejó de hablar a mi padre. Y digo absurdo y lamentable, porque mi padre no tuvo culpa alguna de la actitud de D. Emilio, y si le recomendó al joven Viti fue con la mejor de las intenciones.

Así que dicho esto, tanto el maestro rojo por mi abuelo, como el Machorro por mi padre, decidieron vengarse prohibiendo a El Viti participar en esa corrida, consumando así su venganza hacia ambos. Triste e irrelevante venganza, pues finalmente el festejo se realizó, resultando un rotundo éxito y dando enormes beneficios en taquilla. Pero como os dije anteriormente, tal es la mentalidad de los hombres pequeños.

El segundo cambio en la terna de toreros, dando como resultado al tercer y definitivo cartel, fue mucho más sencillo y simple, ya que el matador Alfonso Ordóñez sufrió una cornada el día anterior, por lo que el empresario, siguiendo el consejo de mi padre, lo sustituyó por nuestro entrañable amigo Miguel Flores.

Y doy por tanto por resuelto El Enigma de Peñaranda, que perfectamente podía haber titulado como Historia de Una Venganza… fallida.