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Artículo de Saturnino Napal

“El encierro es, sobre todo,

la exaltación del escalofrío”.

Ramón Irigoyen.

             El programa de los Sanfermines de 1997 nos da la definición exacta de este fundamental acto sanferminero: “El encierro, es la madre del cordero de los sanfermines en los que la vida y la muerte juegan a las cuatro esquinas y aquí se aposenta la columna vertebral de las fiestas ”. El encierro, es difícil de definir, pero sería la unión de cosas como la desazón, el miedo, la vitalidad y también el riesgo y la emoción; pero ni con todo esto acabaríamos, el encierro – por su indescriptible velocidad y su rigurosa práctica individual – es cosa de la epidermis; como dice Manuel Bear en el Libro de oro del encierro, esta carrera de toros y mozos condensa la mayor descarga de emoción que se pueda encontrar en una experiencia festiva.

            Es el acto más característico y conocido de las fiestas sanfermineras y el que le ha dado renombre a la ciudad y a sus fiestas en todo el mundo. Su esencia está en la emoción de correr delante de unos bichos con cuernos y a la carrera y de sentir su aliento en los riñones. El encierro se ha convertido en un espectáculo multitudinario, número cumbre de las fiestas sanfermineras, y con tal resonancia que llena Pamplona de personas de todas las latitudes.

            La atracción del encierro es difícil de explicar, pero Ramón Irigoyen nos acercaría a las causas de la fascinación que ejerce en muchas personas : “La gracia del encierro reside en su irracionalidad, en el miedo que se siente cuando se corre, en el riesgo gratuito que, al menos por unas horas, nos redime de la pedestre rutina de nuestra vida…”

            Desde la Edad Media, en Pamplona se celebraban las ferias de ganados en el mes de  Julio. Aparte a principios de Octubre se celebraba la conmemoración de San Fermín, Obispo y mártir. Este santo era festejado con corridas de toros, que muchos años se deslucían o no podían celebrarse por lo lluvioso del otoño pamplonés. Por esto a finales del siglo XVI el Obispo de Pamplona, Sandoval y Rojas, nacido en Aranda de Duero,  cambió su fecha: “ por ser tiempo mas cómodo… mandamos que la celebración y el rezo de dicho santo, pase y se traslade al séptimo día de Julio de cada año y no se celebre más en Octubre”. Con esto, se juntaron el día siete de Julio, la fiesta del santo, la feria de ganados y las corridas de toros… y con ello continuamos.

            Su historia, ya esta comentada: Los toros que se iban a lidiar ese día, entraban  a la carrera arropados por los mansos, caballistas y gente de a pie que con sus voces ayudaban a encerrarlos. Esto no era privativo de Pamplona, sino algo generalizado en todos los pueblos y ciudades donde se celebrasen festejos taurinos. Los encierros son tan antiguos como los festejos taurinos ya que antes de soltar los toros en las plazas para su lidia es necesario encerrarlos previamente en los corrales de dicha plaza. Constituía la última etapa del traslado de las reses bravas desde la ganadería originaria y en Pamplona era el añadido del encierrillo nocturno. Con las luces del alba, cuando aún la ciudad no había despertado, se conducían cabestros y toros, atravesando la zona habitada hasta la plaza pública, convertida en coso; la realización matutina de la “entrada” – con este nombre es como se conoció el acto hasta principios del siglo XIX -, tenia la finalidad de evitar la presencias de espectadores que molestasen al ganado y de evitar accidentes.

            No se sabe cómo ni cuándo, pero en un momento determinado la gente que corría detrás de los toros o que esperaba su paso, comenzó a correr delante de ellos; lo que consistía en sus inicios en una forma de colaborar para encerrar el ganado o de curiosidad para ver su paso, se convirtió en una forma nueva de tauromaquia, en una diversión y ya desde el siglo XIX en una costumbre propia y definitoria de las fiestas de San Fermín.

            El encierro consiste en correr un tramo delante de los toros. La carrera de unos 800 metros, sale de los corralillos donde los toros han pasado la noche y atraviesa la parte antigua de la ciudad hasta llegar a la plaza de toros, en cuyos corrales aguardaran hasta la corrida de la tarde. La carrera tiene una duración aproximada de dos minutos, aunque se recuerdan recorridos de hasta once minutos.

            En sus inicios la cuesta de Santo Domingo, que corresponde al primer tramo del encierro, estaba reservado al gremio de carniceros, y el número total de corredores nunca fue demasiado numeroso; la imagen de los cortadores en la cuesta de Santo Domingo – también conocida como cuesta de los Carniceros – pervivió hasta los comienzos de este siglo y se ven representados en los carteles sanfermineros de esos años, con su particular indumentaria – delantal blanco hasta los pies y camisa remangada –

            En la actualidad el encierro se ha convertido en un acto multitudinario, el número de corredores es excesivo y los toros hacen el recorrido totalmente rodeados y en medio de una muralla humana.

Si no fuera por la gran actuación de los pastores, que conducen a la manada a galope tendido para que no se disgregue y que cuando algún toro se rezaga por caerse, no dejan acercarse a los corredores, además de dirigir al astado hacia la plaza, las desgracias y cogidas serían innumerables. También es importantísima la actuación de los dobladores en la entrada de los toros en el redondel, acelerando su pase a los corrales.

El encierro debía ser una costumbre inveterada en Pamplona, pero hasta 1867, no es aceptado legalmente. Es en este año, cuando se dictan las primeras ordenanzas sobre el encierro y cuando el encierro figura por primera vez en la programación de fiestas de San Fermín. Junto a la inclusión en el programa sanferminero del encierro, se incluyeron también una serie de ordenanzas municipales, como era un recorrido fijo, la prohibición a mujeres, ancianos y niños de participar; y la orden de no quitar el vallado hasta escuchar el cohete disparado desde la plaza de toros anunciando el final del encierro.

            De 1717, tenemos el primer relato escrito del Encierro pamplonés, por D. Aguilar y Prado: dice que los pamploneses pasaban toda la noche de  “algaraza y regocijo” y que al amanecer, con los balcones y graderíos de la plaza del Castillo llenos de gentes de la ciudad y forasteros,  “con el singular estilo que hay en esta Ciudad, de que el Abanderado de San Fermín sale a caballo hasta el Prado de San Roque, y desde él viene delante de los toros, hasta introducirlos en la Plaza, pasando por la calle del Chapitel, paso estrechísimo, y de valeroso empeño: pues en ella se ponen por una y otra parte, en calle formada, diestros aficionados ”.

“Que  sean de cuatro a cinco años, de buen cuerpo y talle, y que no se hayan corrido en parte ninguna por dinero y sean de los que más nombre de bravos y valientes tienen en la Ribera de Navarra de la parte de la Ciudad de Tudela y su tierra” y “Quesean de mucho cuerpo y grandes astas”

(Indicaciones del Ayuntamiento pamplonés, sobre las características de los toros que su representante tiene que comprar para las fiestas de San Fermin de 1607, según don Luis del Campo.)

            Según Luis del Campo, el Abanderado o Alférez de San Fermín recaía todos los años en un regidor o concejal de la Ciudad, rico y joven; tenia que ir vestido lujosamente y para preceder y encerrar a los toros debía montar bien a caballo y además tener valor. Noticias sobre el abanderado solamente salen en el siglo XVII y al principio del XVIII, a partir de esta fecha esta figura debió desaparecer del encierro pamplonés.

            José Mª. de Cossío en su famoso tratado de tauromaquia y referido a los encierros dice: “ En muchos pueblos se celebran aún previamente a la corrida, y es un espectáculo tan apetecido y celebrado como la propia fiesta. Suelen hacer éstos en lugares donde se celebran capeas sin categoría de corrida ni plaza permanente, a excepción de la ciudad de Pamplona, en la que esta costumbre tradicional aún sigue en vigor y dando un carácter personalísimo a las fiestas de toros que allí se celebran ”.

            El encierro cuenta ya con por lo menos cuatro siglos de historia. Solamente se conocen accidentes mortales en los últimos sesenta años y según los expertos, la progresiva masificación y la participación de personas no iniciadas han sido la causa de la mayoría de estos siniestros. En los encierros de los años veinte, la cuesta de Santo Domingo era  como ya hemos dicho, coto de los carniceros y en todo este trayecto apenas se veían corredores, salvo el tramo final, aunque eran pocos y corriendo siempre alejados de las astas y hasta en la calle Estafeta se podía contar el número de corredores.

            Con el paso del tiempo la cantidad de corredores aumenta sin cesar, y esto se ha convertido en un grave problema para el normal desarrollo del encierro. Si los toros van hermanados con los cabestros – agrupados y unidos –  gracias a los pastores que azuzándoles les hacen ir veloces, la peligrosidad disminuye. La manada compacta se encuentra en un ambiente hostil del que tratan de huir y suelen apartarse o esquivar a los corredores. A veces es tal la masa humana, que no pueden evitar a los corredores y pueden atropellarlos mas que  enbestirlos; por el contrario, si los toros se desligan entre sí, se producen ocasiones de gran peligrosidad; los animales reaccionan instintivamente, al no tener el apoyo de la manada y faltarles la tendencia gregaria de los bóvidos, defendiéndose y corneando a todo lo que ven moverse

            Ha habido trece muertos y los heridos graves han sido y son muchos, pero las mejoras en los equipos sanitarios y los avances en seguridad, tanto en el recorrido como en el traslado de los heridos han hecho que los accidentes hayan dejado  de ser mortales.

            Hay ganaderías que tradicionalmente y también estadísticamente – por el numero de heridos que producen -, son mas peligrosas que otras. La de Guardiola es la que mas muertes ha producido   (un muerto en 1969 y dos en 1980); Javier Manero, corredor del encierro dice en la Revista del Club Taurino, que las de Cebada Gago o Osborne son las que tendrían toros mas peligrosos, ya que se fijan en los corredores, se paran en la calle y tienden a derrotar y embestir; por contra las del Conde de la Corte, Miura y Pablo Romero, tienden a realizar la carrera en manada, rápidamente y desentendiéndose de los corredores.

            La influencia que la carrera matutina puede tener en el comportamiento de los astados en la lidia de la tarde concita opiniones para todos los gustos; pero la mas generalizada – incluso entre ganaderos, mayorales y toreros – es la de que es beneficiosa para los toros; estos que llegan agarrotados después de viajes larguísimos en estrechos e incómodos cajones, la carrera les sirve para distender los musculos y sobre todo exceder el estrés. De hecho en Pamplona es difícil ver toros por los suelos o rechazados por calambres y cojeras como es habitual y por desgracia generalizado en la mayoría de las plazas de toros. Otra hipótesis tradicional es la de que los ganaderos al saber que sus toros tendrán que realizar el tremendo esfuerzo del encierro, envían ganado que saben lo aguantara.

            Hasta los años setenta los cabestros que acompañan a los toros en el encierro eran conducidos – al finalizar éste – , andando y dirigidos por los pastores, otra vez hasta los corrales; bajaban por la cuesta de Labrit y bordeando la muralla del Redín llegaban hasta los corrales del Gas; por problemas con el tráfico, se inició su traslado en camiones; era una estampa antigua, que posiblemente seria bueno recuperar.

            Una decena de pastores se reparte diariamente a lo largo del itinerario del encierro y acompañan en la carrera a toros, cabestros y corredores, con la única ayuda de una vara de fresno. Corren, gritan, silban y levantan el palo para “apretar” a los bueyes, y que toda la manada vaya agrupada en un pelotón compacto, para que lleguen cuanto antes a los chiqueros de la plaza; son una leyenda en las fiestas sanfermineras y su celebridad, a veces, supera a la de los dobladores y toreros.

            Los pastores son una figura indispensable en los encierros y gracias a ellos, muchos mozos han salvado la vida tras aparatosas caídas delante de los toros. Su actividad comienza ya la víspera del encierro – al anochecer y a la luz de la luna -, tras los toros, en su traslado desde los corrales del “Gas” a los de Santo Domingo.

            Alguna vez les toca tirar de las astas y del rabo de un animal caído para que se incorpore a la manada y sobre todo evitar que los ignorantes citen a los toros, para que no se vuelvan. Su misión es conseguir que los astados vayan siempre hacia adelante, en el trayecto desde Santo Domingo hasta la plaza, evitando que alguno quede rezagado y si esto ocurre arroparlo y alejar a la gente del peligro; asimismo citan o colean a los astados cuando algún corredor se encuentre inerme frente a sus astas.

            Todos son de la Ribera de Navarra y no hay mas que oír su acento y ver su familiaridad con el ganado bravo. Para ellos el venir a los sanfermines tiene un sabor especial. Son aficionados a recortar vacas y por eso pueden defenderse ante la acometida de un toro rezagado. Durante todos los sanfermines se encargan de todo lo relacionado con los toros y las vacas: desencajonamiento, encierrillo, encierro, las vaquillas, apartado de los toros de la corrida de la tarde, devolución de toros…

            Como homenaje a pastores y recortadores navarros, vamos a transcribir el semblante que el genial escritor navarro, J Mª Iribarren perfiló de un pastor del encierro pamplonés, en el periódico “Navarra”,  el 16 de Julio de 1932, a propósito de un recorte suyo en uno de los encierros de ese año. Se refería a Germiniano Moncayola Resa (1900-1991), arguedano y pastor en la ganadería de Alaiza, desde los 12 años; vacada de la que fue mayoral, mientras duró ( hasta1938); fue jefe de pastores del encierro entre 1929 y 1945 y se hizo famosa su imagen, con la vara en la derecha y una blusilla en la izquierda.

Ese pastor, chaparro y corajudo, tenía que ser forzosamente de la Ribera, su nombre huele como un tomillo a sotos y a Bardena…Tenía que haber nacido en la Ribera este pastor de toros, recio, moreno de sol bardenero, templado de nervios como una guitarra de jota…Ese mayoral treintañero cuya camisa blanca reluce entre los cuernos, tras la riada de los valientes, en las mañanas ungidas de emoción, de los encierros de Pamplona…Que hace seis días,cuando la tragedia signaba de emoción los Sanfermines, robo al toro su presa, coleándole, y lo tumbó sobre la arena removida del callejón con la bravura de un Urso de epopeya y la belleza arcaica de un bajorrelieve celtibero. Que cuando el toro alzóse, se lo llevó a la plaza prendido en los vuelillos de su blusa, indiferente al clamoreo que levantó su hazaña, como diciendo a todo aquel gentío: asi hacemos las cosas allá abajo ”.

Otro pastor, Agustín Ustarroz, de Funes y Mayoral de los Díaz, mereció el honor de ser la figura central del cartel Sanferminero de 1924, en el que se le ve enfrentándose a un toro, con la simple ayuda de su vara y su blusa.