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Fuente: ABC.ES Madrid

Mediados del siglo XIX. En el café de Cervantes (antes de Solís y luego teatro Apolo), cerca de la Cibeles, un espectáculo causó furor en Madrid. ¿Sus protagonistas? ¡Un grupo de monos! Amaestrados por Donato, estos animales, bautizados como «El Africano», «El Jinete», «El Brasileño», «La señorita Batavia», «El Cocinero» y «El Intrépido Payaso» exhibían sus habilidades todos los días en dos funciones, una a las cuatro y media de la tarde y otra a las seis y media. Tanto éxito tuvieron los llamados «monos sabios» que ahí estuvieron durante un año.

Era mucha la actividad que había en este local «cervantino». Por ejemplo, una Sociedad Artística exponía allí sus retratos y cuadros y ofrecía al cliente sus servicios. Pero fueron los monos los que despertaron la máxima expectación, ganándose el cariño del público. Lo curioso es que a raíz de aquella cuadrilla de monos nació la idea de llamar monosabios a los mozos encargados de auxiliar a los picadores en las plazas de toros.

Los chulos que salían con los picadores eran en su mayoría muy feos, salvo Salerito y el Gobernador

Así lo contaba Sánchez de Neira en «La Lidia» a finales del siglo XIX: «Aquel industrial tenía de tal modo amaestrada a su troupe en hacer diferentes habilidades que el público aceptó de buen grado el nombre de monos sabios que su amo les dio. Aparte de «la señorita Batavia» y el mono «Cocinero», los demás vestían trajen encarnados, y como el uniforme que se hizo llevar a los mozos de caballos en la plaza de toros era de igual color, y los muchachos, a excepción de Salerito y el Gobernador, eran feos en su mayoría, la gente de buen humor que ocupaba el tendido «5» les llamó desde entonces «monos sabios» y con ese apodo se quedaron y continúan».

Pajaritos cardenales

Cañabate lo amplió en 1962, en una crónica en ABC de una novillada bajo el título de «El burladero de los monos»: «Los monos aparecen desde los primeros tiempos de la Fiesta, desde que esta se organiza como espectáculo popular. Entonces se les llamaba chulos. Su indumentaria era desarreglada y no uniforme. Fue en 1840 cuando un empresario de Madrid, don Justo Hernández, les dotó de una vestimenta muy semejante a la actual. Al principio y por su blusa roja, se les llamó «pajaritos cardenales». El apelativo no hizo fortuna. En cambio, al poco, en 1847, cuajó definitivamente el nombre de monosabios. ¿Y por qué? En un teatrillo que por aquella época existía en la calle Alcalá, denominado de Cervantes, sito en el lugar donde luego se alzaría el teatro de Apolo, se exhibía un tropel de monos que ejecutaban sus trajes encarnados. Aquellos monos eran muy inteligentes y graciosos. La gente dio en llamarles los monosabios. Los chulos que salían con los picadores eran en su mayoría muy feos. Solo dos, el Salerito y el Gobernador, eran, además, puntos de baile de lo mejorcito que entonces bullía en los bailes madrileños. Algún día contaré su historia, que es pintoresca. Bueno, pues una tarde, en una tediosa corrida, a un chusco se le ocurrió chillar, dirigiéndose a los chulos: «Que bailen los monosabios!» Y la gente, ¡para qué quiso más!, empezó a corear: «¡Que bailen los monos, que bailen los monos!» Y se quedaron con el mote para los restos».

Aquel fue un aburrido festejo en el que El Caña remataba su texto pidiéndole a don Livinio una tarde «en el burladero de los monos, rodeado de estos simpáticos muchachos, oyendo sus comentarios, participando de su alegre juventud…»