Dentro de la extensa producción de Mariano Benlliure (In Memoriam-Escalera del Éxito 195) se puede considerar como precedente del rico y variado capítulo de su obra de temas costumbristas, las esculturas en pequeño formato en barro o terracota con las que desde muy joven se dio a conocer.

Ya desde entonces la predilección por temas como toreros, gitanas, cantaores, guitarristas o la lidia, dejaba constancia de lo que iba a ser un tema recurrente a lo largo de su fecunda vida artística. Quizás fueran elementos como el cromatismo, la gestualidad, la plasticidad, el desenfado, la gran vitalidad y proximidad existente en el mundo de la farándula, del flamenco y de los toros junto a su ambiente de camaradería y espontaneidad, características muy afines al mundo emocional del escultor, lo que le llevó con gran disfrute a dedicar una parte considerable de su obra a estos temas.

De esa primera etapa juvenil destacan tres esculturas que, agrupadas, componen una escena de marcado sabor popular: un torero que toca la guitarra (1879), un torero cantaor que se acompaña con las palmas (1881) y una gitana que saluda tras su actuación (1880).

En Torero tocando la guitarra el joven Mariano deja excelente testimonio de su habilidad y manejo en el modelado, y de su capacidad de observación para ahondar en el tema popular y captar con naturalidad el instante, el movimiento. La figura del torero-cantaor la ejecuta con gran realismo en su rostro y en su vestimenta con traje de luces y capote de paseo sobre el hombro, que recrea con toda minuciosidad. Sentado en una banquetilla, canta desgarradamente acompañándose con la guitarra. Toda la expresividad se concentra en su rostro, que transmite un estado de melancolía fruto de la embriaguez que refleja su mirada, y que el autor muestra, alegóricamente, a través de la botella de vino caída a sus pies. Toda la figura se tensa al son de los acordes de su música.