MARRUECOS.-  

Pero no se crea que Alí Bey, aunque de espíritu aventurero lo fía todo a la improvisación. Por el contrario el ha estudiado minuciosamente su proyecto, el terreno y las costumbres con las que ha de enfrentarse a través de las fuentes más diversas.  

Con su evidente base científica y avalado por su perfecto conocimiento del idioma árabe y de la religión mahometana, como príncipe del Islam entroncado con la dinastía siria de los abbassies, que fue educado en las ciencias y las artes desde la niñez en Italia, Francia e Inglaterra, consigue anudar estrechísimos lazos de amistad con el propio Sultán Muley Solimán de Marruecos que llega a regalarle una hermosa finca junto a Fez, y dos esclavas una blanca bellísima, llamada Fátima Mohhana con la que concebiría un hijo llamado Utman  y otra negra de nombre Tigmu.

Badia desde su llegada a Marruecos siempre en conexión con el Capitán General de Andalucía a través de un Coronel de Estado Mayor apellidado Amorós y en contacto directo con los cónsules españoles en Tánger y Larache, hace llegar a Godoy un memorial donde confirma que se dan condiciones favorables para alzarse con el poder en aquel país.     

Alí Bey amparado y, desde luego, abusando de la confianza del Sultán, recorre todo Marruecos, levantando planos, haciendo adeptos, azuzando a la rebelión y captando descontentos, principalmente, entre tribus facciosas de Beduinos y los rebeldes que agitaban las provincias del Atlas; su innata habilidad y poder de seducción le abriría las puertas de las casas nobles, aunque también alcanzaría un alto grado de identidad con el pueblo llano. Por sus conocimientos de astronomía llegó a predecir un eclipse de sol desde fechas anteriores a que se produjese el fenómeno. Para muchos era un brujo y un hechicero, para otros un nigromante que sin dificultad desentrañaba el futuro. También había quien le tomaba por un santo, hasta el extremo que, en alguna ocasión,  debió trocear su chilaba y repartir los fragmentos entre la multitud, mientras un coro le rodeaba y le gritaba “sálvanos”.

Cuando ya estaba todo en sazón para el gran golpe y listo el ejército de desembarco que habría de apoyar la acción de Alí Bey, el rey Carlos IV por escrúpulos de conciencia, da contraorden. Desiste de conquistar el imperio de Muley Solimán con base en la deslealtad de Alí Bey para con la amistad que aquel le profesaba; ese fue el único motivo que inclinó al rey a abandonar aquel proyecto bélico, según relataría después Godoy en sus memorias.

Pero, aún deshecho el proyecto de ocupación Godoy sigue ayudando a Alí Bey, ahora con el objeto de que hiciese política anti-inglesa cerca del Sultán para lograr que este se pronunciara a favor de España y en contra de Inglaterra. Pero el Sultán, en la confianza que le inspira Alí Bey, al que considera amigo y aliado, le propone, aprovechando su prestigio y su dominio del idioma español, formar un gran ejercito y conquistar por sorpresa lo hermosos reinos de Córdoba, Sevilla y Granada, que consideraba propios. Es posible que de haber conocido Carlos IV estos propósitos del Sultán no habría frenado a Godoy y a Alí Bey en su empresa marroquí. Pero, así se escribe la historia.

Alí Bey se percata de que su predicamento había bajado entre algunos potentados marroquíes y el propio sultán, tras sus evasivas al proyecto de invadir el sur de España y retirado de la vida publica, de modo un tanto oscuro, es embarcado en Larache en la segunda semana de octubre de 1805, absolutamente solo, con rumbo a Trípoli, donde arribaría bien entrado el mes siguiente.

TRIPOLI, CHIPRE Y ALEJANDRIA.-

No se sabe con certeza si salio de Marruecos por voluntad propia o si fue invitado a salir del país, tampoco en el libro da detalles sobre este extremo, si bien en su texto aparecen descripciones de todo tipo del viaje y en la narración de la travesía hace alusión a su proyecto de dirigirse a La Meca, lugar de peregrinación para todo musulmán.

Tras permanecer dos meses en Trípoli, Alí Bey pone rumbo a Alejandría. Una violenta tempestad pone a la nave en grave riesgo de naufragio y tiene que ser él, con sus conocimientos náuticos y su pasmosa serenidad ante las situaciones de peligro, quien consigue hacerse con el barco, llegando de arribada forzosa a la isla de Chipre.

En Chipre Alí Bey, príncipe árabe, es tratado con toda consideración por el gobernador turco de la isla y allí permanecerá varios meses, recorriendo aquella región  en toda su extensión y captando diferentes detalles de los valiosos restos arqueológicos que se asientan en el lugar, describiéndolos con detalle e ilustrándolo con laminas.

En mayo de 1806 llega a Alejandría,  siendo recibido, como en todas partes, con todos los honores. En sus relatos hace una admirable descripción de la ciudad –un emporio de riqueza en su pasado, capital del Egipto de la dinastía de los Ptolomeos y corte de Cleopatra- que a la sazón reunía una población de unos cinco mil habitantes de todas las razas y colores.

Los grandes amigos de Alí Bey en Alejandría fueron el cónsul de España, Camps y Soler y el cónsul de Francia, que lo pondría en contacto con otro viajero genial, el vizconde de Chateaubriand. Este en su libro “Itinerario de Paris a Jerusalén”  se refiere con entusiasmo a este encuentro, creyendo a pie juntillas  que se trataba de un príncipe árabe, viajero y astrónomo  y como Alí Bey le sorprendiera haciendo atinadas referencias a algunos personajes literarios del vizconde, como Atala y René, ello vino a halagar extraordinariamente la vanidad del escritor, haciendo que se sintiera muy predispuesto hacia su interlocutor, con el que llegó a intimar y compartir diferentes encuentros.

EL CAIRO Y LA MECA,-

El 30 de octubre de 1806, pone rumbo a El Cairo, aguas arriba del Nilo y desde el 10 de noviembre hasta mediados de diciembre permanece en esa ciudad, donde recibe numerosos agasajos en su representación de príncipe abbassi y, por tanto, descendiente del Profeta. En la capital egipcia visitó sus más notables edificios, palacios y mezquitas, que también dibujó. Profundizó en sus costumbres, mostrando gran interés por su pasado y sus gobernantes, atendiendo a su ascendencia, le facilitaron el acceso a las pirámides de Guiza, La Esfinge y Saqquara. Gracias a esos privilegios pudo hacerse con una serie de antigüedades y objetos valiosos que fueron a parar a manos del comerciante de antigüedades y diplomático francés Bernardino Drovetti.

Tras de atravesar el desierto con una caravana, llega a Suez, cruza el mar Rojo y enfila el camino de La Meca, meta de su viaje, ciudad a la que llega el 23 de enero de 1807 y en la que permanecería casi dos meses, visitando el recinto sagrado de la Kaaba, besando su piedra negra y constituyéndose en el primer occidental que pisa el más santo de los lugares del Islam, cumpliendo escrupulosamente con todos los ritos prevenidos para un musulmán piadoso, haciéndose merecedor del titulo de servidor de la Casa de Dios que le fue reconocido. Con evidente riesgo para su persona dibuja detalladísimas láminas de la ciudad y de sus principales templos, incluido unos planos muy precisos de la Kaaba,  describiendo y explicando de forma muy minuciosa todos los rituales que el musulmán debe cumplir en su peregrinación; tomando contacto con los wahhabitas, corriente que se iniciaba entonces y que ya ostentaba una cuota importante de poder; por otra parte y gracias a sus mediciones astronómicas ubica correctamente la ciudad en el mapa del país.