Silencio en San Bernardo. Los tendidos de mi plaza están vacíos mientras el féretro de Diego Puerta da su última vuelta al ruedo. Alguien grita ¡Torero! Eso fue Diego Puerta. Tiene cojones la cosa, se ha ido como si fuera nadie con todo lo que dio.
El hombre más valiente y honesto que ha dado la historia del toreo, un gran sevillano de los que no se esconden, de los que no se quejan, de los que dan la cara sin reservas en los momentos más duros. Espejo de valor y también de arte sevillano cubiertos por su inolvidable sonrisa que todo tapaba, sus más de cincuenta cornadas y una infinidad de amarguras que también recibió de
Como explicar su leyenda, como recordar su legado sellado a sangre y fuego en la retina de los privilegiados que le vieron andar por la plaza a este Espartero del siglo XX, a este Seise de Sevilla. Tardaremos años en cantar todo lo que dibujó en la plaza. ¿Qué cómo toreaba? Desde el patio de cuadrillas parecía feliz, sus chicuelinas resultaban explosivas por lo ceñidas, su muleta fue tan variada que parecía levantar cada tarde catedrales de puro arte adornados con la quintaesencia de la gracia sevillana. Ésa que esta sustentada por la fantasía, la genialidad, la naturalidad, la humildad, el pellizco, cerrando el compás con los pies juntos, cimbreando los engaños con las muñecas de seda y el corazón de hierro. Ésa era su grandeza y su secreto vestido de purísima y oro por la Inmaculada y de rojo mártir por el Corpus, así toreaba este seise de Sevilla, guardián del vaticano del toreo sevillano.
Trayectoria impecable, inmaculada, honrada y honesta, para el recuerdo dos tardes maestrantes: una la más sangrienta junto a Escobero, su primera por Abril. Su actitud heroica frente al girón de Miura estremeció hasta