Ante más de un tercio de entrada, con agradable clima, en la Monumental Plaza de Toros México, se han lidiado ejemplares de El Nuevo Colmenar, que han peleado en varas, pero que inexplicablemente se han venido abajo. Se lidió otro animalito de regalo para El Cid, que procedió de la ganadería de Pepe Marrón, fue estentóreamente protestado por su insignificancia.

 

Manolo Mejía: Silencio y pitos.

 

Uriel Moreno El Zapata: Oreja protestada que tiene que guardar y oreja.

 

Manuel Jesús El Cid: Saludó en el tercio; silencio; y protestas de despedida.

 

Detalles:

 

El Cid confirmó en el coso mayor del mundo, con el toro Armillita, número 770, con 520 kilos.

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Como en toda actividad… los triunfos no se pueden inventar por “… obra y gracia de mi compadre Gaudencio”, decía pleno de enfado mi compañero de asiento, cuando veía como un enloquecido juez de plaza, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, regalaba sin más una oreja al señor Zapata, tras un bajonazo tendido.

 

Como era de esperarse, la gente al unísono protestó el hecho y tuvo que guardar sigilosamente la orejilla donada a sus estadísticas el tlaxcalteca del cartel, y continuar así en su marcha por el redondel, en lo que terminaría siendo una vuelta desangelada.

 

Y no es que el señor Zapata no haya realizado algo plausible para ser reconocido, sino que todo es la unidad que conforma el triunfo, y si falta algo, ese todo queda en las buenas intenciones… y como siempre recordamos, de buenas intenciones están llenos los caminos al infierno.

 

Por otra parte, una obra de arte vale por todo lo que representa, lo que esté evocando en el lienzo, por los tres movimientos de un avasallador concierto, o los cuatro de una deslumbrante sinfonía, o bien, por la impresionante arquitectura de toda una edificación, pero nunca… no en definitiva, por una parte, porque así no se puede juzgar ni analizar una propuesta artística.

 

Eso es lo que sucedió con lo hecho por el señor Zapata en el redondel del coso titular de México, impresionantes estuvieron las tres largas cambiadas de hinojos recortadas soltando con gracia el capotillo a una mano, como saludo a Corazón de toro, una de ellas –de las largas cambiadas- al hilo de las tablas, y dos más en los medios. Desde ahí la gente quedó prendada de Uriel. Cuando el torero decidió llevar a la cabalgadura al astado, realizó una chicuelina tan ajustada como violenta… cambiándole el viaje drásticamente al de El Nuevo Colmenar, y obligando  al mismo tiempo, a que la geografía corpórea del cuadrúpedo, tuviera que resentirse, y justo después de ahí, algo ocurrió que comenzó a claudicar el burel.

 

Con serenidad, el torero solicitó los tres pares… para en medio de fuegos de artificio, enloquecer al cónclave con tres pares impactantes por su exposición, uno primero el llamado Monumental, otro más al violín y uno al cuarteo cuadrando en la mera cara del astado, así la gente le hizo dar una vuelta sentida como jubilosa… la mesa estaba puesta.

 

Sí, estaba puesta, y por ello le fue a brindar al escrupuloso ganadero y talentoso empresario, Juan Huerta. Así aparecieron tres cambiados por la espalda, el primero estoico, el torero puesto como una columna griega, aguantando la embestida del toro, para continuar con pases con la mano diestra despaciosos, y uno más por el lado natural más intensos por el sentimiento que por la pulcritud del pase, pero entre estos trazos, el colaborador de Uriel, visitaba la arena, lo que hacía imposible una ligazón en la propuesta. Aún así, entusiasmo lo visitó, y cuando decidió rubricar, todos esperaban el espadazo que no llegó; al final, todo acabaría con una estocada baja, tendida y trasera, y si bien algunos por ahí exhibieron sus blancos pañuelos, no era suficiente la petición para fundamentar la oreja que regaló el juez de plaza, y que en medio de la pena ajena, acabaría guardando el torero.

 

Con su segundo, volvió a dejar episodios interesantes, volviendo a estar lucidor en banderillas, con una faena breve, y como dejara un gran estoconazo, entonces sí los aficionados exigieron una oreja, manifestándole al despistado juez… que esa oreja la otorga el juicio crítico de la asistencia no la benevolencia enloquecida de Usía.

 

Quien pagó y caro el haber llegado casi del avión a torear a nuestro coso máximo, fue ese gran torero que es, El Cid, a quien hemos visto triunfar sobradamente en Las Ventas, en Valencia, en fin, y que en su presentación en La México, sólo queda el desolador fracaso. Simplemente nunca pudo encontrar el ritmo al toro mexicano, y con todo que sea especialista en España del encaste Saltillo-Santa Coloma, aquí en México adquiere otra connotación ese “guiso”, y lamentablemente, naufragó.

 

Efectivamente, hubo momentos de brillantez con su primero, pero todo queda resumido en una faena cumplidora con una estocada tendida sumamente trasera, que por otra parte será imposible que pase a formar parte de su admirable historia, de torero pundonoroso, y que se consolidó en la península, por la apasionada entrega. Tras el pésimo ejemplar que cerraría plaza y que no le ayudó en nada, hizo caso a su fallida administración y, a sus inútiles consejeros, por lo que regaló un pequeñajo que fue la vergüenza del espectáculo, porque así lo hizo notar el gran público, y entonces El Cid, abandonó el coso en medio de una indignación total. No se merecía esta presentación, pero… ellos son, los que al fin y al cabo, exigen todo a las empresas.

 

Poco… muy poco hay que relatar de un luchón, voluntarioso, como lo es sin duda, Manolo Mejía, pero se percibe en la gran plaza, un deseo de ya no quererle ver, y a pesar de lo macizo del esfuerzo, muy poco logra trascender, y eso comienza a causar un sentimiento adverso. Quizá sea tiempo de buscar el encuentro con la edificante autocrítica y tomar una decisión.