Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Hay ciertos mensajes electrónicos que me dejan descorazonado. La gente pide que exprese en este espacio lo que ellos quieren decir. Tú que sabes cómo hacerlo, escribe algo en contra de esto o de aquello, me piden. Eso me gusta, porque esta columna de artículos de fondo se convierte en tribuna. Los comprendo, porque escribir es terapéutico. A mí, redactar el artículo semanal me ha salvado de padecer gastritis, colitis, cólicos biliares, piedras en la vesícula, traumas, depresión poscorrida y todos los padecimientos que deben darles a los aficionados, que no se desfogan tecleando después de haber asistido a los toros en esta tierra de nadie que se llama México. Lo que no me gusta es cuando esos entrañables sadomasoquistas hartos de tanto desencanto pronostican que, de seguir las cosas igual, dejarán de asistir y ver corridas.
Esta semana, por ejemplo, un lector de ciudad Juárez quiere que le dé candela a los carteles de la Plaza México. Habla en nombre de su grupo, no les gustan, me dice y me cuenta que el domingo pasado ni siquiera se reunió la peña a ver la corrida. Que los dos o tres que asistieron al local donde se reúnen, terminaron por poner el juego de los vaqueros de Dallas. Al fin vaqueros aunque no sean de ganado bravo.
Otro lector, me pide que diga algo referente al trapío de los toros de Barralva. Tenían leña en la cabeza, pero no trapío, afirma categórico y luego, diserta sobre lo que es el trapío. Además, se queja de esos genios de la ficción narrativa que, domingo a domingo, comentan el festejo en las transmisiones de la tele. Respecto a la estampa de los toros, coincido con él en parte, hubo dos que sí tenían trapo, lo digo haciendo alusión a que trapío viene de los barcos con muchas velas y que se veían hermosos. Sí, de acuerdo, en los tiempos que corren, los aficionados debemos aprender a ver los toros en imágenes digitales, porque en la plaza son otros. Ahora, además de las tres vistas, la que los toros tienen en el campo, en las corraletas y en la plaza, hay que sumar la habilidad de saberlos ver en la pantalla. Por confiar en fotos y videos, el que escribe se ha llevado tremendas ensaladas de cates en el ánimo.  En cuanto a lo de los comentaristas, tampoco coincido en pleno, el remitente se quedó muy corto.
Otro mensaje leído antes de empezar a escribir, comenta que el cartel para este domingo es para puro villamelón. Las corridas de rejones tienen otro público, por eso en España –profe, ¿por qué no se va  vivir a España? pregunta el candidato a repetir el semestre- las de rejones son los sábados y se dan en seriales de corridas diarias que, por su duración, requiere de descansos.
Festejos fraudulentos, erales anunciados como bovinos adultos, toreros que la ceremonia de su doctorado la celebran matando novillos, gestas de encerronas con animalitos de poca monta, redundan en mensajes de tremenda virulencia, los firma gente enfurecida que está hasta los huevos y siente la apasionante y justiciera necesidad de denunciar tantas corruptelas que han dejado el ruedo hecho un asco.
También están, cómo no, los que chisporrotean cuando me meto con Enrique Ponce. Entonces, la correspondencia digital contiene puñales, machetes y recordatorios a todos mis ancestros, e indefectiblemente, las más bravas son las mujeres. También me llueve, cuando apunto a Pablo Hermoso de Mendoza, pero yo firme tiró los derrotes sin nada de melindres.
Convencido ya de que no cabe la verdad en el toreo mexicano, a veces pienso en claudicar. Temporada tras temporada, una feria y otra, compruebo que aquí, no conocemos el arrepentimiento, mucho menos el propósito de enmienda, ni el sentido común, ni el temor de Dios. Estoy cierto de que en el mundo sólo hay dos sitios en el que los clientes nunca tienen la razón, en el diván del siquiatra y en el tendido de una plaza de toros. Los toreros, empresarios, ganaderos y los periodistas alineados, no quieren darse cuenta de que el final, el cáncer, no está en los cabildeos de los abolicionistas, sino en el desencanto de cada uno de esos diletantes que hartos, una tarde apocalíptica, entre los toros y el fútbol americano, eligen lo segundo.