Cuando la vi anunciada en los carteles dentro de la librería Gandhi, pensé que el escritor Milan Kundera había publicado una obra relacionada con los toros. El título es por demás sugerente para esos aficionados que exigen y no se quedan atascados en las series de pases bonitos -“retebonitos”, diría yo- dados a un borreguete, que como pitacos amenazantes lleva un par de plátanos dominicos y que hace las delicias de los que se regocijan con la dicha de pensar lo de “bienaventurados los mansos… y los debiluchos, porque nos dejan gritar ole, ochenta veces seguidas”. Uno ve las letras en la portada y lo primero que piensa es: Órale, va a hablar del toreo.

El que esto firma, ya se frotaba las manos al imaginar al autor nacido en la República Checa, sustentando argumentos contundentes sobre el por qué la fiesta mexicana contemporánea vale menos que un cacahuate. Pero no. Aunque el título parezca adecuado La fiesta de la insignificancia, el texto no aborda el estado actual de la tauromaquia en México. No, no. Preocupado porque el mundo está perdiendo el sentido del humor, la historia corta y ligera da pie a que Kundera nos ofrezca una narración en apariencia intrascendente, sin embargo, tiene mucho fondo. Los únicos puntos de coincidencia entre la novela y el planeta de los toros es que el autor, hace una crítica a la “sociedad anestesiada” en la que vivimos y habla, también, de los “hombres hechos a partir de una marioneta”.

Si don Milan cree que la sociedad contemporánea está perdiendo el humor, sería bueno invitarlo a México y enseñarle algo de toros. Se va a partir de la risa. Aquí todo encierra un doble sentido, una burla y una idea disparatada. No les parece de un finísimo humor negro, por ejemplo, que ahora que escasea tanto la clientela, la empresa de la Plaza México confeccione una temporada sustentada en El Payo y en Diego Silveti, en la encerrona de Zotoluco, la inclusión de un novillero al que nadie ha visto, o sea, la versión IV de los Armillitas -¡tómenla!, por si no han tenido bastante- y con un cartel de señoritas toreras, que desde luego, tienen el derecho a que las pongan, como yo tengo el derecho de quejarme de que las hayan puesto. ¿Cómo que falta humor?. A la hora de estarlos armando, Rafael Herrerías y Miguelito seguro se tiraron al suelo de la risa.

Por otro lado, para mearse a carcajadas por lo patético y desatinado, está el senador al que decimos el Niño Verde, que tras el escenario dirige un partido ecologista que más parece una pandilla. El chico aceitunado, famoso por apoyar la cultura de la muerte, ahora, se trepa a escena proponiendo que se prohíban las corridas de toros. Me falta decirles y esto es de jolgorio, que los más ardientes defensores de la tauromaquia no son los que de ella viven, sino los propios estafados, pues a los actos a favor nunca acuden los toreros ni los empresarios ni los mismos ganaderos.  

Casi al término del relato, un día cualquiera, en un parque en París, entre chicas que por sus blusas cortas y sus pantalones de caja a la cadera, pasean enseñando el ombligo, dos amigos recuerdan lo acontecido en una fiesta a la que asistieron y reflexionan sobre la insignificancia de lo que vieron. Entonces, uno le dice al otro: “ … la insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia…”, puede que en eso estribe lo que no entiendo de nuestro toreo.

Es del conocimiento general que la risa nos ayuda a combatir la depresión y la angustia, por ello, las empresas y los toreros se esfuerzan para que todo sea un cachondeo de lo más saludable. Vean ustedes el tamaño de la broma, hay días de corrida que me levanto con el mal temperamento de cuando era niño y no quería ir al colegio, ahora, acuciado por el pensamiento de que esa grandeza del toreo es una zorra metida hasta las orejas en el charco de la insignificancia. El nombre de la novela de Kundera podría servir para el título de una historia del toreo contemporáneo. En cuanto a lo del humor, ¿qué más quieren? a la tauromaquia se la está cargando el payaso.

 

 
 
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México