La frase es pertinaz. La repetimos tanto que debería ser bordada como un lema en la bandera, justo bajo el nopal. Todo mexicano la restriega en su interior, una y otra vez, como una urticaria mental. Por decir algo, nos asalta cuando escuchamos el informe de algún gobernante, a la hora de pagar los impuestos, cuando palmamos al verificar la emisión de gases del coche, en la campaña de alcoholímetros y a la hora de comprar kilos de ochocientos gramos en la tienda de
Maravillas de nuestra actualidad tan actual y tecnológica. Anuncios de yogures mágicos para activar el intestino holgazán de las señoras. Zapatos diseñados para que las morsas disminuyan los tocinos con sólo caminar. Nos viene cuando la cocacola propone su pregón de amor y paz al tiempo que nos envenena poco a poco, entre los besos y abrazos que se dan caucásicos, negritos y los de ojos rasgados, radiantes además, de poner los labios en la misma boquilla. A su vez, la intuimos en las ventas nocturnas de los grandes almacenes con rebajas de locura que tienen su punto, y es que con el más cuerdo de los afanes, previamente, han arreglado todo para llevarnos al baile. La pensamos, también, cuando vemos el noticiario que ya no cree ni la madre que alumbró a los comentaristas. “Me están viendo la cara”, es una frase emblemática que nos ampolla el ánimo y molesta como una piedra en el zapato. La repetimos mentalmente más que una jaculatoria en un barrio bravo a media noche.
Pero a veces, muy pocas, las cosas no son así y el milagro del respeto y la equidad aparecen donde menos se imagina uno y salta la liebre del trato correcto. Estamos en la Corrida de las Luces, La noche que nadie duerme en Huamantla. Lo veo y no lo creo.
Aprovecharon todo el esplendor de las tradiciones y las mezclaron con la tauromaquia, lo que ha dado por resultado una corrida que sincretiza los dos ritos, el de la procesión católica y el del toreo. Tres horas antes, ya había personas guardando sitio para entrar a
Luego, empezó el festejo taurino y continuaron las devociones. Huamantla en agosto es territorio propenso a exaltar fervores. Por decir algo, presenciamos la bajuna costumbre de mezclar novillos con toros, cada espada mató uno y uno. Testificamos la vertiginosa aplicación de Arturo Macías a torear como si de romper alguna marca de Usain Bolt se tratara. Nos indignó el celo del Doctor Vázquez, que presidía en el palco, al regalarle un par de orejas nada más por haberse vestido de luces.
Sin embargo, la vida -ya se sabe- es compensatoria. A los tres novillines, como ya dije, les siguieron tres toros de don José María Arturo Huerta. El encierro con presencia hizo que la segunda parte fuera interesante.
Alegorías con las gladiolas de El Zapata. Vimos una serie de derechazos devocionales que pegó Alejando Amaya. Un puyazo de libro de César Morales, todos los pares de banderillas de Gustavo Campos. Cosas que ustedes ya saben y que en lo taurino justificaron el boleto.
Salimos de la plaza casi a medianoche. Era la continuación de más exaltaciones. Olor a pólvora, estrellas de colores explotando en la negrura del cielo. Aroma a cera, a pan, a flores. A lo lejos, música de mariachis que cantan mañanitas. Una nostalgia se apodera del corazón, es que tras el páramo de los desengaños se vislumbra
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México