Por ello, aún no se ha convertido en figurón en este México de mis partes nobles. Tal vez porque sus ilusiones son muy limpias, o porque prefiere torear a ser torero. Al caso, el gran novelista uruguayo Juan Carlos Onetti un día dijo -palabras más, palabras menos- que entre los jóvenes que querían escribir y los que querían ser escritores, él se quedaba con los primeros. Tal vez, también, porque tiene un mentor que comparte su vocación cristalina y le aconseja que es mejor así, la guerra lloviendo flechas encendidas y aceite hirviendo. Que arda Troya, si adelante viene el tiempo de plantar, de una vez por todas, el estandarte de la victoria. Por eso, el Domingo de Calderas, o sea, el 27de junio en Soria, fiestas de San Juan, se vistió de purísima y oro con la firme decisión de salir a triunfar a toda costa, aunque la corrida de Albarreal era cinqueña y estaba cachetona. Sus alternantes: El Juli y Miguel Ángel Perera. Casi nada.

 

Joselito Adame en esa corrida tradicional que cierra el ciclo muy breve de le feria de Soria, ha estado tremendo. Como es él, sin grandes aspavientos. Se vio muy bien con su primero al que le cortó una oreja. Sin embargo, el del boleto era el sexto. Recibió de rodillas para una larga cambiada. Luego, cimbrando las jaras extendió tela rosa en verónicas para rematar recogiendo pliegues a la cintura. A la hora de quitar le echó garbo y atrevimiento, pues lo hizo por zapopinas ante el maestro Juli que es el rescatador de esa suerte. Vino el tercio de banderillas y el matador mexicano dejó los gladiolos en todo lo alto. La faena de franela fue muy valerosa y cargada de sentimiento. Con la espada petardeó el aguascalentense y con ello, abandonó la arena por su propio pie aunque cosechando una gran ovación y despedido con las loas del torero, torero.

 

Es engorroso el tema, pero a este diestro aquí no le dan carteles y tampoco le organizan una gran campaña mediática y de sus actuaciones en la península, la crítica nacional se ocupa poco. Él cada año se marcha a España y allá la va armando despacito, pero muy seguro. Un día volverá y lo recibiremos como a una gran figura. Imaginen –ahora se dice visualicen-  la correspondiente demagogia infame. Muchos se colgarán parte de las medallas y manejarán, como Dartagnan el florete, los “te acuerdas mataor”. Salvadas las distancias, así le hicimos a Pepe Ortíz y a Carlos Arruza. Joselito Adame, silencioso y sereno como ha sido siempre, escuchará las adulaciones y comprenderá lo enorme de su éxito. Entonces, sabiendo que está muy lejos de la fama a la mexicana y muy por encima de los que en su día le cerraron la puerta, volteará hacia abajo seguro de saber cuánto le costó a su solitario corazón torero llegar a la cúspide.