No sé si lo leí por ahí o tal vez me lo contaron. Hace mucho tiempo, llegó un mayoral a informarle al ganadero –igual era don Eduardo Miura-, que un torero en el desplante –igual era Juan Belmonte- le había acariciado los pitones a su toro. El patrón, ofendido y furioso, mandó matar a la hembra que había parido semejante descastado. Me imagino la cosa en la actualidad, apenas quedarían vacas de lidia. Hoy, en muchas ganaderías se manda al carnicero lo bravo, no sea que incomoden a las figuras, y se deja lo bobo.

 

Los pongo en contexto: Plaza México, segundo de la tarde herrado con el fierro de la casa de don Fernando de la Mora. Al darle caballo, el toro rebrincó por mansedumbre protestando el castigo. Vino la faena de muleta y “Aguanieve”, así se llamaba el cornúpeta, hizo patente que sólo tenía medio trayecto. El Juli, con más colmillo que la morsa más vieja de todo el ártico, lo lidiaba en aromas de arrimón seguro de que el animal no le embestiría a mansalva. El cárdeno rozaba la taleguilla, se detenía a medio viaje de su media embestida, espiaba al torero y finalmente, no hacía nada. El punto culminante llegó cuando El Juli tocaba para el cite y el toro, como si quisiera entender lo qué pasaba, sólo alcanzó a acercar el morro para olisquear la pierna del torero. No, bueno, la escena fue de película de Walt Disney.  Bambi a las montañas y no te detengas”. Sólo faltó el conejo “Tambor” y su amigo el zorrillo.

 

Así de decadentes andamos. Puede que tanto despotrique y tanto lloriqueo de mi parte se deba a que intento recobrar cosas que se fueron. Ya no corren juntas la emoción estética y la sensación de peligro.

 

Esta es la bravura del siglo veintiuno: Toros que rozan la taleguilla y no se inmutan, otros que sienten al torero y permanecen quietos como si estuvieran asombrados.

 

Tiene tela toda esa vuelta que han dado los ganaderos. Digan ustedes si no. Casi cuatrocientos años de una historia escogiendo y cruzando, que empezó cuando seleccionaban lo más bravo del hato, porque era lo que quería ver la gente en las fiestas que se daban el día del santo patrón, cuando se casaba un príncipe o a los reyes les nacía un hijo, también, al regreso de la flota vencedora de alguna guerra y que por su condición de bravos se vendían bien. El trabajo fue arduo para los criadores. De manera empírica aprendieron genética y la manejaron con enorme paciencia. El mismo Gregorio Mendel se quedaría patidifuso al ver lo que lograron a base de ensayos. Atemperar la agresividad mezclándola con nobleza para generar una embestida larga y humillada. Los monjes cartujos, los jesuitas y los dominicos participaron del sueño obteniendo las mejores crías, pues al cobrar los diezmos podían elegir lo que los propietarios se negaban a vender a otros ganaderos. Generación tras generación, los criadores lograron que los bravucones de la manada, se convirtieran en los toros bravos que algún día conocimos y que ahora, por que no los compra nadie, se hacen viejos en los cerrados de los pocos amos que siguen siendo fieles a la bravura. Así la historia, hasta llegar a los tiempos que corren, o sea, los del toro bravo-manso.

 

Esta semana tienen asamblea gremial los ganaderos y es tiempo de recuperar poder.

 

Van algunas ideas: Que se reduzca el tamaño de la puya para evitar más toros agonizantes en la faena de muleta. Otra, que sea el ganadero y no el matador, el que dirija el tercio de varas, como si estuviéramos en la tienta. Que el peto sea más liviano para que el toro sienta que hace presa y el picador se preocupe por hacer bien las cosas. Suspensiones temporales y definitivas a quien haga “la carioca” sin razón manifiesta debida a la mansedumbre del toro. También, a quien practique el multipuyazo. Que en las plazas de primera sean obligatorias las tres puestas al caballo. Si el varilarguero yerra, que se deshaga la reunión y se vuelva a poner el morito. La suerte de varas es el verdadero eje de la tauromaquia. Recuperaríamos el esplendor de los toros verdaderamente bravos, veríamos renacer las suertes de capote y además, la faena de muleta tendría el peligro imprescindible.

 

El domingo en la Plaza México, después de tantos años aprendí lo que significa lo del mano a mano. Es un tango y para El Juli y “Aguanieve”, va la parte que canta así: “… los morlacos del otario los jugás a la marchanta/ como juega el gato maula con el mísero ratón…”

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México