Asevera y con razón que las funciones ya casi nunca se dan con toros-toros, sino con novillos adelantados. Esos que se engordan para que alcancen la apariencia necesaria. Sostiene también, que en caso de que lo anunciado sea una novillada, por la de toriles aparecen becerros que no ponen a prueba el coraje y las agallas de los aprendices. Desalentada, se pregunta en qué acabará todo esto y teme que el final esté muy cerca, porque sin público, asegura un día ya no se darán más corridas. Por su parte, enérgica, espeta un hasta aquí y declara que no volverá a su barrera; que cuando pueda asistirá a la Plaza México, eso si los encierros de la temporada grande realmente cumplen con lo de la edad y el trapío. Siempre somos nosotros, escribe, los que pagamos los platos rotos, los dignos de pena y compasión mientras el orgulloso matador, fantochea frente al animalito y se adorna en el desplante poniendo en la cara una expresión como si estuviera ante un Miura de seiscientos kilos. Desde luego, estoy de acuerdo, hay quien lo celebra. Aunque yo difiero en lo que argumenta respecto a lo del aplauso recibido, que cierto, siempre lo hay, pero es muy barato. El torero con dos dedos de frente y uno de pundonor, por mucha coba que le den, cuando se detiene ante sí mismo, reconoce su mediocridad.

Comparto tus opiniones. He pasado mi vida de aficionado pensando lo mismo y además, echando chispas mientras oigo las teorías de la gente del toro. Conocedores de vía estrecha, mercenarios y sinvergüenzas que creen tener la razón sentada en el hombro.  El remedio está tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Yo sólo puedo decirte que no hay soluciones mágicas, ni idealistas poderosos que se interesen, ni gobiernos preocupados por los ciudadanos. O sea, que la única mano que te puede ayudar la encontrarás al término de tu brazo. Lo que sí puedo recomendarte es que te sigas preparando. La cultura es un salvoconducto que te ayudará a salir bien librada. De hecho, te das cuenta de lo malo, porque gracias a los libros que probablemente has leído, las conferencias a las que asististe, y las charlas con viejos diletantes, te convirtieron en una aficionada competente. Y a mayor competencia, mayor disfrute, claro, en las contadas ocasiones en que las cosas se dan como Dios manda.

Temblor de manos y corazón baldío. Estrella apagada de la decepción. No apeles a la renuncia, los grandes amores nunca terminan. La afición no es como el agua en el desierto, por ello, no tendrás escala en el desistimiento. Permanece el fraude y la vuelta de hoja, pero no digas hasta aquí, a pesar de los esfuerzos de amnesia. Sin embargo, en el balance del naufragio -todo amor que se rompe es un desastre-  mujer, saliste ganando. Tú volverás a tu barrera con tu afición cristalina y vibrante. Inmaculada tu sonrisa a la tarde luminosa y al rojo encendido de los claveles. Expectante tu mirada hacia la puerta de toriles. Te quedan miles de palmas que como palomas escaparán de tus manos suaves… Los que pierden, los que se desmitifican son ellos, los que creen que se están llevando la gloria. A ti, te queda el recurso milagroso de la ilusión, los buenos recuerdos de corridas venturosas y siempre, la posibilidad de una ocasión encantador que te reconcilie con tu afición sublime.

 

 

 

 

   Desde Puebla (México), crónica de José Antonio Luna