Los detalles son dados por el hermano mayor del banderillero y comenta que después de haber toreado en la cuadrilla de Arturo Macías durante su reciente temporada en la península ibérica, el rehiletero regresó a México y a los pocos días mató un novillo en un festival celebrado en San Miguel el Alto. Después, se fue de viaje a la Patagonia y volvió a su casa sólo para comunicarles que se metería a fraile. Les habló también, de una larga y profunda meditación. Por último, les contó algo acerca de una amistad con gitanos y flamencos durante su estancia en España.

Tras unos intentos nunca consolidados de debutar como novillero y ya convertido en uno de los mejores banderilleros de México, ahora, se hará monje como antes se hizo torero. En realidad no se sabe a ciencia cierta qué motivó a Armando Ramírez a dejarlo todo y a tomar la decisión de recluirse en un monasterio. Lo único claro es que el hombre se está rehaciendo, es decir, se está construyendo de nuevo. Al caso, es inevitable pensar en el matador gaditano Juan García Mondeño, que por un tiempo, dejó los ruedos para vestir el hábito blanco de los dominicos.

La cosa es seria, Bam Bam regaló los ternos, también los trajes cortos y todos sus avíos, como si en este quemar las naves, no quisiera nada que le recuerde su oficio anterior. El monje que entierra al banderillero está conforme, porque su quehacer fue tan lleno de gracia que andándole a los toros despertaba fantasmas, imágenes de tiempos rancios cuando los toreros eran toreros. Traje de sombras en azabache y pasamanería negra, golpes azules. Venciendo incertidumbres citaba valeroso, asomado al balcón, cuadraba en la cara y luego, del embroque salía a paso a paso, tan campante como si no hubiera toro.

El bicho arranca y el hombre le encuentra el son. Los dos presienten que en el ruedo existe un punto preciso donde han de coincidir. Una alegría colorida ataca la tarde cuando las banderillas arden en los morrillos. Es un trance mágico el dejar los palos apuntando al cielo como si siempre hubieran estado allí. Los rehiletes, las gladiolas, los zarcillos, son palabras multicolores en fantasía de elegancias y adornos. Armando, melancolía absorta entre lo que se deja y lo que se está buscando, ya sabe algunas cosas útiles para su nueva vida: que el patio de cuadrillas es un huerto de los olivos y que en las filas de los de plata hay que olvidarse de uno mismo. Ser de la cuadrilla implica un arte generoso, llevar a cabo los actos necesarios y luego, taparse ufano y discreto. Como un viento limpio y fresco que siempre empuja la nave en provecho ajeno.