El toreo de Morante es de color sepia. Va cargado de fantasmas venerados. En su estilo hay marcadas reminiscencias del toreo de antaño. Él lo busca y también se le da. Miren ustedes que lo último, lo de la silla en Nimes, fue un guiño de las deidades y ejecutó a la manera de Rafael El Gallo, pero con un estilo propio, no imitado. Su toreo exprime limones al anochecer y va untado de esencias de jazmín al arrullo de los jarales mecidos junto al río.

Al comparecer en la Feria de San Isidro, no hubo la faena inmensa a pesar de que todos fueron cómplices para que le saliera el toro propicio que desatara los duendes. Si el morito no metía bien la cabeza al capote, los del tendido lo empezaban a protestar y el peón ayudaba. Por su parte, el Presidente discreto y con buen tino, esperaba. Todos expectantes querían que llegara el pretexto para probar de nuevo. Y llegaba, pañuelo verde en las alturas. Pero la faena cumbre se hizo del rogar y quedo para otra ocasión. No se repitió la historia del año pasado. Sin embargo, tampoco hubo desencanto y sí mucha torería, que lujo en cada intervención. A la tercera oportunidad, el diestro percibió que la suerte no iba a cambiar. Así que decidido, se desprendió de la tronera y largó trapo en una serie de verónicas de arrebato y pasión cargadas de sinceridad y entrega. Recogió tela a la cintura liberando el olé de todas las gargantas. Andando hacia atrás, lidiando, o en las pinceladas que dejó sobre la arena, había una intención litúrgica.

Se dice que los toreros firman el San Isidro para comparecer ante la cátedra y si la bordan, arreglarse la temporada. No es una verdad generalizada. José Antonio Morante de la Puebla va a Madrid para encontrarse con el toro en la inmensa soledad del ruedo venteño, el altar mayor de la tauromaquia, y allí, empieza a decir eso que se le agolpa en los adentros y que le desgarra el sentimiento. Por eso, José Antonio llora y, de vez en vez, sonríe cuando mira lo que los demás únicamente vislumbramos.  Desde su posición privilegiada preside el rito, ensimismado, lejano como si estuviera en otro mundo. Nosotros, a cambio y desde donde estemos, empezamos a soñar y con todo el cuerpo, cintura y muñecas mágicas, el alma preñada por los duendes andaluces, toreamos toros imaginarios. Resueltos pensamos que si tuviéramos la enorme gracia de ser toreros, quisiéramos ser Morante. Hay seres que con sus inspiraciones y genio te decoran la imaginación. Entonces, vestidos de memoria y oro, conmovidos nos vamos por ahí pegando naturales.

 

                                                                                                                                      Fotos de Laurent Deloye “EL Tico”