Esto de la Plaza México que lo disfrute quien lo soporte. Aunque, si le echamos cuentas a la última corrida únicamente asistieron los familiares y los amigos de los matadores. Y sólo de dos de ellos, porque no creo que los parientes y camaradas del español Ruiz Manuel sean tan obtusos como para gastarse una pasta en viajar miles de kilómetros y venir hasta la región más transparente, a verle pegar petardos. Así que más o menos, de las doscientas personas que estaban en la plaza la mayoría habrán sido solidarios y abnegados deudos de El Chihuahua y de Miguelete.

 

Si no se aburren, vean ustedes. Segundo festejo del Festival Internacional del Cachondeo.

 

Si la asistencia de la semana pasada rompió la marca mundial como la peor entrada a una plaza de toros, este domingo, los de la empresa, esmerados, que se superan, pues lograron que entraran menos incautos que ocho días antes. Además, en un desastre perfectamente planeado, han conseguido con singular alquimia una corrida opaca, sin el menor destello y condenada al fracaso desde el momento en que confeccionaron el cartel.

 

Las cosas rodaron como era de esperarse. Es que uno no sabe si ponerse a llorar o morirse de la risa. Que sale un toro bravo de San Marcos -porque primero y cuarto fueron animales encastados- entonces, Antonio García El Chihuahua que lo manda matar en el caballo con un mega puyazo más largo que un día sin comer. Obvio, el toro se quedo parado y para compensar este defecto, fue el diestro el que adquirió una gran movilidad yéndose antes de terminar la suerte o dando pasitos tun-tun, unas veces  para delante y otras, para atrás.

 

Eso sí, lo mató con un estoconazo de espérame tantito y la familia unánime que reclama la oreja.

 

Por su parte, el diestro andaluz nos brindó un recital de apatía en todas sus variantes y como si tuviera firmadas tres tarde en San Isidro, vino a desperdiciar a un buen toro. Total, habrá pensado, si sólo son la parentela y unos cuantos amiguetes, además, yo no los traje. En esta paleta de grises que fue la primera corrida del año, vale la pena rescatar la inmutabilidad de Ruiz Manuel, es decir, que acabó tan inédito como empezó. A su vez, Miguel Ortas Miguelete también demostró lo ligero que anda de piernas y estuvo mal con el capote, peor con la muleta y excelso en los dos bajonazos con los que se quitó de continuar tragando gordo.

 

Qué importan otra corrida sin brillo y otra entrada casi nula. Si el día de Año Nuevo ninguno quiere ir a congelarse a la plaza, ni que estuviéramos en los tiempos gloriosos de Lorenzo o El Calesero, para renunciar al pavo y al bacalao recalentados. Por lo demás, el asunto debe dejarse en claro, que nadie vuelva a calumniar con que la empresa del Doctor Herrerías no da oportunidades. En cuatrocientas cuatro corridas les ha dado toros a toreros cabales y a otros no tanto; a los que parecen y no son, y a los que son y no parecen; a los que nunca había contratado y a los que inútilmente contrata cinco veces cada año; a los buenos, a los malos y a los peores; a los profesionales y a los improvisados; a los adustos y a los divertidos; a los jóvenes, a los adultos y a los de la tercera edad; a los que tascan la vergüenza y a los que se la brincan a la torera; a los agitanados y a los agitados; a los de estampa y a los de estopa; a los sufridos y a los insufribles; a los tremendistas y a los tremendazos. Total, por que algunas tardes sean grises y de pocos clientes, no va a morirse el rito fascinante y dramático del toreo. No, aunque parezca que ya le mira las patas a las mulitas. No, no va a morirse, se los juro. Bueno, eso espero.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México