Remedio práctico e infalible. Sí, existe un analgésico mágico capaz de quitar cualquier dolencia. Aminora el malestar provocado por tanto hijo de puta fastidiando a destajo; funciona contra el desaliento crónico que aplasta al hombre honesto que habita en un país como este México tan desvergonzado e infame; alivia la frustración causada por esa morralla siniestra que nos gobierna, no importa el color del partido político. Es fácil aplicarlo. Basta apartarse del mundo, abrir un libro y entre sus páginas perderse hasta que la herida cierre, el dolor se calme y el mundo vuelva a ser medianamente soportable. Recurro a los libros con frecuencia. A veces, me salva la poesía de Benedetti “…compañera usted sabe que puede contar conmigo…”; los cuentos de Umberto Eco, la narrativa de Matilde Asensi, el Quijote que es como La imitación de Cristo de Tomás Kempis, donde uno lo abre te dice algo. Para casos extremos en los que requiero de cuidados intensivos para reconciliarme con el género humano está Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Y desde luego, los amados volúmenes de toros.

Hace un par de meses, recibí un ejemplar de Sol y moscas, el libro publicado por el ganadero Gabriel Lecumberri. Un texto taurino patinado de una innegable vocación literaria. En sus páginas, el escritor y criador relata los acontecimientos de su ganadería, esos que le han parecido los más hondos, divertidos o conmovedores. Capítulo a capítulo -por cierto, bautizados con deliciosos dichos y refranes mexicanos- nos va relatando los hechos y escenas de campo bravo en el que -como ya se sabe- siempre pasan cosas, a veces vibrantes, a veces dramáticas, y otras, las dos cosas. Con enorme talento y sensibilidad, Gabriel nos introduce en los entresijos de un mundo memorable, hecho de casta y nobleza, donde un grito, un cite, un silencio tienen tanta importancia como la vida misma que transcurre bajo el sol. Historias de matadores famosos, de torerillos, de vaqueros y caporales, de patrones, seres de carne y hueso que con las manos callosas van por la vida partiéndose la cara como si cualquier cosa. En el libro, ellos campan en tentaderos y cerrados como protagonistas anacrónicos de una historia arrebatadora de sueños de alamares y de toros bravos.

En este documento también está la relación de lo vivido en un empeño pertinaz por rescatar la casta navarra. Los Lecumberri en un afán quijotesco cargado de nostalgia y de arrojo ganadero, echan el resto por dar vida al encaste que en sus venas corren goterones de la mítica raza Betizu.

Muchos volúmenes he abierto en mi vida, siendo estudiante de Letras y profesor de cultura imagínense si no. Con un orgullo que me hace temblar,  musito junto con Andrés Henestrosa: “Yo soy los libros que he leído”, ellos me dieron forma. Este entrañable Sol y moscas, del que Gabriel generosamente me invitó a escribir el prólogo, me hace revivir emocionado mis propios recuerdos, porque ese es el pacto implícito que sellan el que escribe y el que lee, el de que sin haber vivido lo mismo, el segundo puede echar mano de su propio inventario experiencial, para sentir algo similar a lo descrito por el primero. En este magnífico libro el tema es de toros, sí. Pero como todo buen texto taurino, en él se habla de la condición humana y de una filosofía para la vida según los conocimientos de un bibliófilo taurino que de tanto leer, le vino la necesidad imperiosa de escribir, algo que siempre pasa. Al adentrarme en la memoria escrita de Gabriel Lecumberri, un hombre esforzado por disfrutar la vida, que del potrero a la biblioteca va a lomos de su caballo arreando palabras como a un encierro de toros, aprendo que la existencia es para vivirla intensamente, de buen humor y amando el toreo como a la más sentida de mis pertenencias.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México