Es asombroso lo conformista que somos los mexicanos. Nobles o muy estúpidos, aguantamos hasta lo indecible y pueden hacer con nosotros lo que les salga de la horquilla. Como poseemos la bravura propia de un conejo y los cojones de un canario, no hemos puesto el “hasta aquí” que se merece la casta parasitaria que nos gobierna y sin un paro nacional, ni una sola desobediencia civil, ni nada que se le parezca, este enero aceptamos llevar en el lomo la nueva carga impositiva. Igualmente, sin chistar, consentimos el aumento mensual a la gasolina, cargos extras indispensables, ¡claro!, para sostener los lujos exagerados de los  políticos.

Abusan de nosotros porque lo permitimos. Afirmamos que la programación televisiva es una basura, pero no dejamos de ver la tele. Estamos ciertos de que los grandes almacenes aumentan los precios para las rebajas que hacen en las ventas nocturnas. Sin embargo, la noche anunciada nos arañamos por comprar lo que allí venden. No hay felicidad completa, decimos, pero no hacemos nada por obtenerla. La belleza está por dentro, opinan los feos, tampoco hacen ningún esfuerzo por parecerlo menos. México es un país de obesos, aceptan los mantecas sin dejar los tacos ni la cerveza. El conformismo es el verdugo del bienestar y del progreso de las personas. Para nuestro pueblo es un mal congénito.

Digan si no. Sólo una nación sumida en la apatía generacional puede soportar un personaje como el Compayito, el engendro ese que sale en la tele durante las transmisiones del mundial de futbol. Pesadilla que traigo al cante, porque, como cada cuatro años, se pondrá de moda en unos meses. De igual modo, sólo nosotros somos capaces de tolerar a ese vergonzoso conjunto de incompetentes llamado selección mexicana de futbol y sentarnos a ver lo que -les adelanto sin ser profeta- será una desastrosa participación. Los más conformistas hasta se pintarán banderas tricolores en la cara.

No nos gusta comprometernos ni con lo que nos gusta. La plaza de toros es un reflejo de la sociedad en la que se yergue. En ella, nos podemos observar cómo somos en las otras cosas. Para ejemplo, el domingo pasado. Plaza México, en el cartel Jerónimo, Leandro Marcos y Mario Aguilar para matar seis toros de Carranco. Enumerar las diversas proezas de conformismo que allí se vieron, no es enchílame la otra. Podemos empezar con la apacibilidad con la que los asistentes se tragaron siete novillos destartalados que la ganadera presentó como toros. Además, no hubo pitos reclamando que los jóvenes cornúpetas sufrían de más debilidad que la de un anciano enfermo de hepatitis. Por cierto, es indigno que animales tan descastados y mansos se llamen “Revenidos”, I y II, que es nombre de un toro legendario de Piedras Negras. 

Palmeo fino y mamando, que nos la reparten con queso porque así lo queremos. Asombra que cuando el toro desarma al diestro y éste, dando carreritas para evitar los cuernos, logra levantar el trapo, en vez de pitar la falta de temple, la gente aplaude. De hecho, ovacionan hasta cuando el toro coge a un torero y todo aporreado, el coleta se levanta sin saber ni dónde está, creyendo que lo que le ha pasado encima fue un camión. El colmo viene después de diez pinchazos y quince intentos de descabello, la ovación es una cascada al momento en que el matador –que no sabe matar- acierta y por fin se desploma el pobre animal.

De esta manera se dio la corrida número doce del serial: Jerónimo fue premiado con una oreja por torear de lejitos y a media altura –cosa, esta última, que no fue su culpa-, Leandro Marcos vino levitando porque no dejó ni la más mínima huella. Por último, Mario Aguilar del que dicen, algún día le saldrá su toro y demostrará lo buen torero que es, espero me alcance la vida para verlo, mientras tanto, pliego por que pasen algunas décadas para que deje atrás sus dudas y el exceso de precauciones.

La gente del toro se queja de que San Rafael Herrerías no da oportunidades. Oigan, pero si con la paciencia de un santo perdona setenta veces siete.

Virtuosos del conformismo absoluto, campeones de la indolencia, medalla de oro en pagar el pato, toleramos todo. La gente no se preocupa por exigir, y mucho menos, por aprender. Somos analfabetas taurinos y nunca tendremos un tendido respetable. En el cartel pueden poner a quien gusten, el problema somos nosotros. Así como los Carrancos que nadie sabe, bien a bien, por qué van a la México, o el misterioso toro que nunca le ha salido –y como dijo don Teofilito, ni le saldrá- a Mario Aguilar, igual, el domingo que sigue nos soplaremos por enésima ocasión al Capeíta. Incorregibles, somos inasequibles al trato digno, ¿para qué?, da igual, si no valemos gran cosa.

 

 

 
 
 
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México