En este país, las estupideces vienen una tras otra, como los chorizos, las olas y los cólicos. Con una naturalidad escalofriante, la convocatoria de la que les voy a hablar, raya en una oferta de baja estofa propia de la sección de empleos del anuncio clasificado. A unos pasitos de algo como esto: ¿Sueñas con la gloria, sin tener la menor de las oportunidades?, ¿Tienes vocación por los toros? No busques más. Nosotros somos la mayor empresa hispanoamericana en espectáculos taurinos. Solicitamos jóvenes de 18 a 25 años, sin experiencia -en esta tierra del Nunca jamás es imposible requerirla-.

 

Requisitos: con iniciativa, buena presentación, muchas ganas de triunfar y enorme resistencia a la frustración y la amargura. Resolvemos de inmediato. Interesados presentarse con fotografías y video que documenten sus últimas actuaciones. Incluir solicitud de empleo elaborada. La documentación entregarla en las oficinas de la Plaza México.

 

Faltaría agregar: entrevistarse con el señor Herrerías. La convocatoria, que en realidad es muy escueta, no deja de tener su rollito sabrosón, además de que desparrama lo castizo y lo torero. En este paraíso de la improvisación llamado México, en el que un ducto petrolero se puede parchar con un chicle, la imaginación, por ejemplo, de J. K. Rowling, con la saga de Harry Potter, y de Salvador Dalí con su Persistencia de la memoria, son cosa de jardín de niños. Somos ingeniosos. Casi nadie forma un torero, pero, sí, muchos tratan de vivir a costa de ellos. Mientras tanto, cada aspirante se rasca con sus propias uñas y le hace como puede para llevar una carrera digna. Aquí, no existen escuelas eficaces en la formación de novilleros. Los que llegan a destacar son casos muy contados, casi milagrosos, como los de Arturo Saldívar, Juan Pablo Sánchez o Diego Silveti. Y eso, porque alguien influyente y visionario los colocó en algún trust taurino –me carga, pero así les dicen- y los sacó del Tercer Inmundo.

 

Ahora, la empresa del coso más grande del planeta ha optado por descararse y quiere despachar con quien sea el trámite de las novilladas. La creatividad que sobra para resolver al vapor y de cualquier manera lo de la temporada chica, falta para dar un serial menor bien organizado y productivo.  En Puebla, hace pocos años, una empresa daba novilladas nocturnas los viernes y lo hacía con los tendidos llenos.

 

A su vez, resta otra parte -porque en este patio obsceno y lóbrego en el que vivimos, los males nunca llegan solos y siempre hay alguien más para chupar la sangre- y es la actitud del sindicato de banderilleros y picadores, que de ningún modo apoyaron las novilladas sin picar, porque les disminuía el trabajo. Capten el doble filo: Claro, es lógico, gracias a su mezquindad ahora ya no se dan abasto. Por su parte, las escuelas taurinas, que casi todas son gratuitas, adquieren los erales gracias a la caridad de algunos ganaderos o por los esfuerzos sobrehumanos de sus aprendices. Con tan pocos animales y sumando la preferencia hacia los alumnos que son hijos, parientes y recomendados de los profesores, la mayoría no torea ni por designio de Dios Padre.

 

Aunque los novilleros siempre fueron carne de cañón, eran buenos los tiempos en los que el torerillo se ganaba un puesto en el cartel de algún pueblo y de ahí, comportándose inspirado y bravo, contando con el descubrimiento del respectivo cazatalentos que todo buen cuento debe tener, lo colaba a alguna arena importante y después de una campaña triunfal, llegaba a la Plaza México. Por lo menos, eran historias más apropiadas e inspiradoras. Así fueron las de Silverio, Procuna y otros grandes maestros. A partir de este año, el relato empezará por el comité de admisiones del departamento de reclutamiento y selección de personal de la Plaza México, que con fotografías y videos ha decidido montar una temporada. Gracias a su persistente cretinismo, la planeación estratégica les ha quedado como a Vicente Fernández cantar un rap.

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México