Pues hoy es catorce de febrero, fue la respuesta rotunda y me miraron como si el que firma viniera de otro planeta. Luego, en el radio escuché a un especialista de esos que saben todo de todo, y que hoy disertan sobre el problema que presentan los sistemas de ignición de un transbordador espacial y mañana, sobre las tangas de Alessandra Ambrosio, si es que no se les ocurre hablar de la plaga que son los conejos en Nueva Zelanda. El tipo del micrófono, hizo una clasificación que empezaba con novios tiernos, seguía con amantes apasionados, incluía amigos desinteresados pero prestos a hacer el avío cuando se tercia y terminó en el inframundo de un caño, acomodando allí a los que como yo, no celebran para nada el día de Cupido y de su irresponsable manera de disparar flechas. A los que el día de San Valentín nos conmueve lo mismo que una mosca atrapada en una telaraña, nos encasilló como representantes de la amargura, inadaptados, incapaces de dedicar una jornada a la cursilería y a los empalagos fuera de cacho.

Sin embargo, el tema da de sí, pensé. En la actualidad hay una fecha para todo: El día del compadre, del adulto mayor –los eufemismos también están de moda y ya a nada ni a nadie se le puede nombrar como antes- el día del médico, del plomero, del bailarín de mambo y del oso hormiguero. Por supuesto, estamos a dos minutos de que inventen el día del narcotraficante, el del corrupto y también, el de las malas zorras. Habiendo festividades para todo, propongo que a partir de esta temporada grande en la Plaza México, se instituya el día del toro bravo que ya es manso. Desde luego, habría que celebrarle con una corrida y esperar el desfile interminable de un festejo moderno. Once toros saben a poco. Se podría felicitar a los bichos que permiten que al filo de sus pitones, el matador en turno de rodillas, les haga cuantas caritoñas se le ocurran, claro, después de aventar lejos la muleta, porque en las manos no sabe qué hacer con ella. O del morlaco que desparrama la vista por su evidente falta de bravura, o el del burel que se la pasa rodando en la arena por carecer de casta. Me encanta el tema, para seguirle se podría fijar cualquier domingo como el día del toro indultado por evitar amistosamente pelearle al caballo, o el del que salva la vida gracias a haber olvidado los apuros que provoca la bravura.

Nos lo hemos ganado a pulso, tenemos el cornúpeta que nos merecemos. Los tiempos han cambiado. Desde luego, al toro bravo que tiene gran codicia por alcanzar el trapo, que empuja desde la culata metiendo los riñones con la cara abajo y que se revuelve en un palmo como si tuviera hambre de comerse al torero, a ese ni día en su honor ni nada. Por obsoleto y falto de amor y de amistad, que jamás galope soberbio sobre la arena de Insurgentes. Hay que enviarlo en directo del campo al carnicero, sin escalas.