Mi memoria de esta plaza está poblada de amigos que se murieron, se marcharon, que ya no lo son o que felizmente echaron a andar, y gracias a la redondez de la tierra que siempre nos regresa al punto de partida, hoy felizmente, están de nuevo conmigo, pero cada vez que me siento en las barreras de piedra de Santo Tomás, invariablemente los recuerdo. Gabriel Franzoni, su valor, su pobreza y su orgullo, desde luego, su amistad sin revés. Pichi, con sus ojos verdes y la piel morena, amparada tras un burladero de claveles. Rubén El Loco, Pepe de la Peña, Palma y muchos otros, que en mayor o menor grado, jugamos con sueños de alamares y toros negros.

 

Pero no les voy a endilgar en directo y sin ningún pudor, asuntos personales de los que puedan argüir con toda razón un a mí eso me importa un carajo. Ya hay suficiente con los que nos comparten a ultranza su vida, el taxista que me relata con precisión detalles brillantes y pormenorizados del partido de los Pumas contra el Pachuca, a mí que me da enteramente igual si revientan todos los balones del mundo. O el impertinente que me narra a colores la operación del quiste de su mujer. O el tipo que recién me presentan y ya me acorrala para decirme que también escribe y que tiene unos cuentos que me dará para que se los corrija, como si uno no tuviera otra cosa que hacer, que enmendarle la plana a alguien.

 

Así que al toro. Último domingo de mayo. Va salir el segundo de esta tarde calurosa y Manolo Sánchez El Poeta muy decidido lo aguarda de rodillas cerca de los medios, lo que ya cuenta. Uno espera las casi nulas posibilidades de que aguante el huracán oscuro que se le va a venir encima y piensa que lo más probable es que veamos el lance de la payasina, cuando en el momento de la reunión el muchacho aviente el capote para un lado, y salga a gatas y a toda prisa en dirección opuesta. Pero no. El Poeta viene a demostrar sus ansias de novillero y traga paquete valerosamente en un farol de rodillas. Después hecha a correr para cazar al novillo en el tercio y le arrima una larga cambiada también hincado. Termina los trapazos de dar las buenas tardes fajándose a verónicas de marca legítima. Como está consciente de que le falta mucho para ser figura –caso singular el del vate, porque en esto de los novilleros la moda es que se comporten como si tuvieran tres tardes firmadas en San Isidro- antes de que los concurrentes se lo soliciten, él mismo pide los palos y brinda al público. Estupendo es el primero al cuarteo, bueno el segundo al violín y de rompe y rasga el de cortas. Con la muleta enarboló su torería confeccionando tandas con pureza de procedimientos. Mató de pinchazo y estocada, pero siguiendo el nefasto ejemplo de aquel de cuyo nombre no me quiero acordar, encaró al juez para que le otorgara la oreja que los asistentes solicitaban ondeando pañuelos.

 

Después, la tarde se fue oscureciendo. Al doblar el último empezaron a caer algunos goterones y ya los relámpagos plateaban los montes fronteros. Las Brisas se vació y yo me quedé a mirarla. En el ruedo cargado de la electricidad que queda tras la corrida, se oían gritos lejanos de unos que jugaban al toro, eran rostros perdidos en la niebla del tiempo, sombras reconocidas que se amparaban tras los burladeros.

 

 

 

 

 

 

 

 

Desde Puebla (México)

Crónica de José Antonio Luna