Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

No es cuestión de fe, es cosa de vivir la vida. Los que vamos muchas veces a los toros, acabamos diciendo que casi todo es malo, que es una parodia, un manojo de trampas y tenemos razón, esas irregularidades no se puede negar. Sin embargo, cuando uno cree que va a seguir más de lo mismo y que los nombres y las cosas serán los de siempre, de pronto, la vida te sorprende con un beso en la boca y un torero de sobria elegancia, estética natural y pureza clásica, ante un toro de verdad, torea como si fuera El Viti o Antonio Bienvenida u Ordoñez, y cambia el curso de tu devoción y te hace enarbolar de nueva cuenta los pendones de tu taurinismo. Es una reconciliación con la tauromaquia como deben ser las reconciliaciones generosas, sin rendición de cuentas ni reproches, sin rencores ni indulgencias.

El toreo es forma y fondo, sobre todo, fondo. A muchos toreros les cuesta gran trabajo entender este axioma, por eso, se afanan impúdicos en lo superficial. Como en todas las artes, la forma sin fondo no vale nada y el fondo sin forma no puede darse. El toro es el principal aportador del fondo, o sea que sin toro de verdad, no hay fondo, pero el diestro también aporta su porción toreando con verdad, cargando la suerte y cruzándose en lo que será la trayectoria del merengue.

Una faena como la primera de Pablo Aguado –las dos fueron muy buenas, para mi gusto, más la primera-  bastan al aficionado para justificarse ante sí mismo y decir que lo de los Toros vale mucho la pena y es el espectáculo más luminoso del mundo.

Aguado es un lujo si entendemos el concepto como vivir sin prisa y ser dueño del tiempo. Él lleva el toreo a otra dimensión no por lo despacio, sino por la tremenda armonía, en la que, por supuesto, entra la velocidad de su toreo. No usaré en este artículo el neologismo tonto de la “despaciosidad”, la palabra correcta es despacio. Así torea y así vive, despacio. Aguado no quiso adentrarse en el ámbito del toreo hasta concluir sus estudios en Administración de empresas, por lo tanto, tomó la alternativa a los veintiséis años y la temporada anterior, sólo actuó seis tardes, muy pocas para el sitio que tiene.

Por el bien del toreo mundial, un diestro con sus virtudes debe ser manejado con tiento, poco y muy bueno, no quemarlo ni convertirlo en un tumbaorejas, aunque se entiende, la ambición es parte esencial de la condición humana, merced a ella, la sociedad dejó las cavernas y vivimos la Cuarta Revolución Industrial, es decir que ya hemos andado un trecho: la mecánica, eléctrica, informática y ahora, la digital. Por cierto, es conmovedor y muy bello que en la etapa de la tecnología automatizada, nos siga conmoviendo un torero que funda su quehacer en el clasicismo más puro.

En sus textos, afirmaron los cronistas y críticos taurinos que Pablo Aguado reventó la feria de Sevilla 2019, pero con sus dos lecciones de torería, elegancia y coraje, lo que en realidad reventó fue el toreo de relumbrón y repetitivo, también el eléctrico y encimista. Reventó el fastidio de lo rutinario y la ordinariez de lo oficioso.

Después las dos faenas, se desataron las esperanzas, cambió el paisaje, recobramos la posibilidad de alcanzar el estado de gracia una tarde en el tendido de una plaza y nace una nueva manera de admirar el toreo, una que, en realidad, es viejísima.