En este mundo barato y en gran liquidación, en el que con una contumacia asombrosa, quisiéramos dar cuenta de todo lo que nos ha significado, es un acto de supervivencia el afanarme por encontrar cosas sublimes que ensanchen mi horizonte. Una de ellas, a la que con alguna frecuencia acudo cuando me adentro a galope por las redes electrónicas, es un cuadro que pintó Salvador Dalí. Ese catalán preclaro que a la realidad concreta y ordinaria le puso el sello mágico que tienen sus pesadas visiones paranoicas y fantásticas.

 

En 1969, el egocéntrico y genial Dalí pintó El torero alucinógeno. Sumergido en su memoria, el artista recorre los territorios de su niñez, también, de sus sueños y de sus deseos. Una repetición en serie de imágenes de la Venus de Milo, dan forma al rostro de un torero, que por los rasgos se asemeja a Manolete. Por otra parte, un toro amenaza escondido entre los bordados del capote de paseo. El corbatín verde contrasta con el manto rojo de la diosa. Hay también, un niño que lleva a la espalda una rueda y fascinado observa de pie frente al diestro que en secuencia brinda la muerte de algún  toro imaginario. La montera no es de morilla, pero sí de moscas que colaboran a dar una sensación de la muerte del tiempo. La plaza con sus arcos y tendidos semeja un coliseo romano.

 

Me imagino que Dalí eligió a la Venus –Afrodita para los griegos- porque, al igual que el toreo, en su expresión predomina una serena belleza y el rostro refleja la misma tristeza ancestral que se dibuja en la faz de los toreros.

 

Es bueno hacer un recuento, porque las corridas de toros con su crueldad y su violencia, con sus luces y sus sombras, su vigencia y anacronismo,  han dado motivo a decenas de artistas para expresar su creatividad. Tan denostadas hoy por politiquerías, copias y segundas intenciones, dan pie para levantar pancartas que ocultan torcidos intereses. Los políticos mexicanos, cortos de visión y de entendimiento, capaces de vender a su madre por mucho menos de treinta monedas, invadidos de un encendido espíritu parlamentario catalán, no sé si captan lo ácido, ya esbozan los primeros escarceos para copiar lo de la prohibición.  Rito, espectáculo y tradición, -la tauromaquia es las tres cosas a la vez- la corrida llevó a Goya a dejar en grabados los tiempos atroces del toreo, al igual que del mismo modo, inspiró a Pablo Picasso para que le diseñara exquisitos trajes de luces a Luis Miguel Dominguín. Y a Próspero Merimé para que escribiera una novela, que con el tiempo, un francés llamado Georges Bizet convirtió en la ópera Carmen. Por su parte, Van Gogh pintó Una tarde de toros en la plaza de Arles y en los tiempos modernos hasta el director húngaro Szabolcs Hadju en la película impregnada de realismo mágico Biblioteca Pascal, incluye a un matador cuando se trata de que sus personajes sueñen.

 

Los temas taurinos están presentes en todas las Bellas Artes, porque ésta grandiosa tradición no deja indiferentes a los creadores. La Fiesta posee dos protagonistas: el torero y el toro. El primero con sus sentimientos y sus soledades, el segundo con sus reacciones y querencias, también con su poder y su belleza. Por eso, este misterioso cuadro de Salvador Dalí, vibrante y nostálgico, desde el surrealismo con que fue compuesto, es conmovedor y deja en claro que para pintarlo, su autor requirió de afición y conocimientos acerca del complejo mundo que es el toreo. Asimismo, lidiar toros cornalones, vestido el hombre con un ceñido traje de oro y medias rosas, envuelto en sueños, es un acto eminentemente surrealista. Además del disfrute que provoca la estética y la plasticidad, el arte siempre representa la época en que se produjo. Es, sin dudarlo, un cronista de su propia historia. Aunque como están las cosas, el reloj no tarda en escurrir por la pared, mientras una rosa esplendida revienta tras la ventana.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México