Ustedes me van a perdonar, pero esta no va a ser de toros. La fecha es propicia, eso es cierto, pero no puedo. No voy a relatarles, es una pena, que en Sevilla, hace setenta y tres años, un 2 de julio Manolete recibía la alternativa de manos de Chicuelo y con Gitanillo de Triana como testigo, matando un encierro de Tassara. Tampoco desmadejaré, por ejemplo, el hilo de la historia que cuenta lo de que Manuel Rodríguez nunca se vistió de grana, que siempre, desde novillero, uso la misma montera y que la herida en la pierna, la de su bautizo de sangre, fue con precisión milimétrica en el mismo sitio donde ocho años después, Islero hundiría el pitón provocando la herida mortal al diestro cordobés. Otro tema para irse de largo sería el serial de novilladas en la Plaza México que inician el domingo. Pero, hoy no. No como están las cosas.

 

Ustedes perdonen, no estoy de vena. La indignación, la impotencia y la rabia me consumen los adentros.

 

Ya lo saben, en este sitio se habla del oficio de Paquiro siempre tratando de encontrarle un sentido respecto de la existencia, porque intuyo que en la verdad de la tauromaquia está, en parte, la verdad de la vida. Sin embargo, no voy a hacerme de la vista gorda ni seguiré de largo como si no pasara nada cuando nos han engañado arteramente y todos se burlaron de nuestra fervorosa ilusión de democracia y de nuestros entusiastas afanes cívicos.

 

El toro de la indignación me ha levantado los pies del suelo y desde hace tres días he traído el ánimo zarandeado de un pitón a otro. La del domingo fue una tarde sombría e infame. Por ello, a reserva de que los lectores me manden por las cocas, hoy la van a hacer de muro de los lamentos. La página que tecleo está impregnada de desaliento y de desamparo. No es por el resultado de las elecciones que ya de sí tiene lo suyo. El regreso del PRI con su suciedad, falta de decoro y reputaciones hediondas es un asunto harto deprimente, sino por la indecencia general de la compra de votos, los chantajes, el robo de casillas y lo de le regalo a usted una torta, o si prefiere, llévese un bulto de cemento a cambio del favorcito. De verdad, la cosa está para llorar a mares.

 

Fue un asco de elección en la que la mentira, los arreglos en lo oscurito y la audacia en las trampas fueron el denominador común. En este país, no gana la mejor propuesta ni el plan de trabajo más completo, sino el que se atreve a cometer las mayores canalladas. Quita el sueño la impunidad que priva en México, pero entristece más que pocos se sientan ofendidos y muchos se resignen con mansedumbre de bueyes.

 

Gobierne quien gobierne, todos mienten, siempre han mentido y seguirán mintiendo, la culpa es nuestra por confiar en ellos. Los discursos los creímos como si tuvieran la verdad sentada sobre los hombros.

 

Nunca debimos olvidar que aquí, los personajes pueden cambiar de ideología, pero no de métodos ni de talante.

 

En este inicio del nuevo milenio más que nunca, vivimos a merced de quienes ostentan el poder, el dinero y los medios de comunicación. Somos náufragos de nuestra pobreza intelectual y espiritual. Somos hojas al viento a voluntad de los políticos con labia y con los medios suficientes para dárnosla con queso. Nos arrastran según les sale de la horquilla y nosotros tranquilos mientras no nos interrumpan a la hora de sentarnos frente al televisor a degradarnos a destajo con Por ella soy Eva, Pequeños gigantes, Ventaneando, o el patetismo teatral y afectado de López Dóriga y los otros desinformadores.

 

Por último, Josefina Vázquez Mota, Andrés Manuel López Obrador, Enrique Peña Nieto y Gabriel Quadri son víctimas de sí mismos, de su pequeñez intelectual, de su pobreza de espíritu, de sus limitaciones morales, de su estrecha visión del mundo y de los acuerdos mal habidos que los persiguen como sombras.

 

Fiel a la tradición política mexicana, la demagogia barata y garbancera no conoce límites. Que “México tuvo una jornada electoral ejemplar, participativa, pacífica y realmente excepcional”, no tiene madre. ¡Qué cachetes los suyos señor consejero presidente!. ¡Qué cachetes!.  

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México