Campanas al vuelo. …¡la dulzura de la reconciliación! … ¡Ha recuperado su corona!… Un toro le bastó para poner la plaza a sus pies. …¡Regreso triunfal!… Ponce recupera su reinado… y otras muchas memeces aparecieron en los medios, después de que Enrique Ponce les viera la cara a los aficionados que se sintieron alcanzando las cumbres más elevadas de la belleza, gracias a una faena compuesta de pases dados a cien por hora y ejecutados a muy prudente distancia. Por si eso fuera poco, hecha a un teofilito que son unos animalitos más bondadosos que el pan de fiesta y tan debiluchos que apenas se pueden sostener en pie. Combinación celebrada y requerida por la torería contemporánea de la primera división.

Ustedes perdonen por ir de aguafiestas, pero fue una tarde de mucha coba y enorme belleza estética, pero alejada por completo del toreo verdad. La mezcla perfecta para engatusar a los tan “sensibles” aficionados que asisten a la Plaza México. Las primeras series las ligó como si tuviera que romper una marca de tiempo. En seguida, alguno que otro muletazo bueno envuelto en pasecitos regulares, una tanda –esa sí-  extraordinaria. A continuación, las poncinas que sólo se le pueden pegar a animales bobos en extremo y descastados hasta el hartazgo, que toleran a un Nureyev vestido de luces contorneándose a un metro de sus narices y no se arrancan ni de coña. Una poncina en Madrid no se ha visto nunca y como dijo don Teofilito -miren que a propósito quedó el dicho- ni la verán. El matador valenciano finalizó con una estocada caída y trasera, pero el público ya estaba fascinado con los espejitos y pidió las dos orejas.

Más tarde, en su segundo dio coba por tonelada, haciéndolo parecer más malo de lo que era, para no tener que pararse y demostrar que sí se podía, sobre todo, él, Enrique Ponce que puede con todo.

Por su parte, Juan Pablo Sánchez una vez más apostó por la discreción y no dijo nada. Claro, su primero era un zombi, que parecía enfermo de tanta debilidad. En el segundo, nada y con el tercero una orejita barata que no compensa el muy caro precio que se paga por torear mansadas claudicantes.

Su tocayo Juan Pablo Llaguno confirmó la alternativa como es costumbre doctorarse de matador de toros en nuestro país y en nuestro tiempo, es decir, con un novillito. El joven espada tiene mucha clase, valor y técnica, pero al parecer se especializará en la parte amable de la tauromaquia: Teofilitos, fernanditos, marroncitos, sanjosecitos, bernalditos, lo que lo dejará en el nivel promedio de nuestros espadas, que tienen la idea fija de no rebasar la línea de lo medianamente mediocre.

De que Ponce es un maestro del toreo, sí que lo es, pero en España, aquí no. A nosotros nos considera aficionados de tercera y nos atiende de acuerdo a ello. Después de vernos la cara en la plaza, se dedicó a declarar las gansadas de siempre, que “… los “olés” de México son tan especiales…” Y esta otra que me deja escurriendo miel por las orejas: “… con México siempre ha habido una sintonía, un cariño especial…” Esto lo expresó en una entrevista radiofónica concedida a una desinformadora de cuyo nombre no me quiero acordar, pero que repite las palabras con sinónimos y nunca dice la verdad. También dijo que “…la afición de México es extraordinaria, sabe ver bien las dificultades de un toro…”. Pues no, si precisamente, el público no supo ver al cuarto de la tarde en el que el diestro de Chiva no paró pies.

El colmo fue lo asegurado al día siguiente en un programa de televisión. Enrique Ponce que piensa que somos imbéciles, se atrevió a afirmar que “… el torito mexicano es chiquito y tiene su “carita”…” y que así ha sido siempre, pero ahora no lo aceptamos debido a que la televisión y la Internet nos muestran al toro español, entonces comparamos y el nuestro se nos hace poco. Qué poca vergüenza tiene el maestro. Pues no señor. No, no y no. No hace falta más que ir al campo bravo para admirar los torazos que se crían en algunas ganaderías de México. También, con una desvergüenza que te cagas, se atrevió a asegurar que en nuestro país “…no hay toros puestos…”. Hay que restregarle lo que sabe por sus veedores, que sí los hay, pero que esos toros con edad, trapío y peso, son los que él mismo ha ordenado desechar. Se necesitan cachetes para darla con queso y luego, todavía andar dogmatizando con disparates y aberraciones antológicas. Qué pícaro, ¡buen intento, señor Ponce!. Sólo debe saber que de los que se pasan de listos, ¡ya estamos hasta la horquilla!.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México