Desde México: José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP
Dentro del inventario de daños que vamos a levantar cuando a las corridas de toros se las lleve el carajo -y estamos a diez minutos de que se las lleve-, estará la pérdida del lenguaje taurino.
El habla de la gente del toro ha servido para mantener y enriquecer nuestra lengua. Un ejemplo es la palabra trapío, que antiguamente  servía para designar a los barcos que tenían mucho velamen y eran bellos y portentosos. Hoy, el vocablo sobrevive sólo en el ámbito del toreo. Un toro tiene trapío cuando es de bella lámina, fuerte, bien armado, amenazante y gallardo.
Si como dijo Emil Cioran: “Nuestra lengua madre es nuestra verdadera patria”, la jerga taurina ha conformado parte de nuestra patria. Irónicamente, en ninguna otra parte del mundo hispanoparlante hay tanta influencia del inglés como en México. La vecindad con los Estados Unidos, la veneración que muchos mexicanos sienten por lo gringo y la falta de identidad nacional que padecemos, han llevado a nuestra lengua española a quedar como novillero en su presentación en Las Ventas, es decir, con la ropa en jirones, apaleados y el ánimo hecho cisco.
Con lo del confinamiento está de moda  un concepto que muchos te sueltan como una patada en la horquilla, es lo del “home office” y como ello, síganse ustedes con la sarta de tonterías que se dicen en México tratando de emular a “mister” Trump. En nuestro país hacemos un “brake” para subir al “roof garden” a tomar un “brunch”, porque hemos decidido no llegarle al “working lunch” en la “office”, y desde allá arriba, con nuestros “bros” -”brothers”- que son algo así como amigos del alma, “wacheamos” el paisaje urbano de tinacos, tendederos de ropa, antenas y perros confinados al sol que pinta las azoteas de las casas que están abajo.
Durante el curso de Primavera, hablando con mis estudiantes de la relación  lenguaje e identidad nacional, comentaba cuántas palabras y frases usamos en lo cotidiano y que vienen del ámbito del toreo. Por ejemplo, lo de “crecerse al castigo” que usamos para decir que hay que imponerse a una situación complicada, tal como lo hacen los toros ante el caballo de pica. “Hazme el quite” que se refería, sobre todo, a que un amigo entretuviera a la acompañante de la chica con la que se quería pasar un rato a solas; aunque, me corrigieron los jóvenes opinando que ya no se usa y que ha sido suplantado por el “haz paro”. El lenguaje taurino me llevó a hablar del grandioso espectáculo que es una corrida de toros y para refrendarlo, mostré en la pantalla el video de la faena de Luis Miguel Encabo a “Murciano” del ganadero Victorino Martín, en la Feria de San Isidro del año 2002. Les dije que pusieran mucha atención a los detalles que sólo puede ofrecer la plaza de Las Ventas, como lo es el cambio del rumor del tendido al olé que provocaron los primeros lances. Señalé la belleza de las verónicas y lo largo que se arrancó el toro al caballo de picar, pero eso no les interesó, como sí lo hicieron los colores de los vestidos: celeste, sangre de toro y solferino, los tres en oro, les dije.  Ponderé la bravura del toro y el valor del torero. A los alumnos les fascinaron los quites. Las chicuelinas firmadas por Encabo hicieron que alguna chica soltara un “¡qué bonito!”; los faroles de Esplá les provocaron exclamaciones de admiración por la experiencia estética que muchos estaban conociendo y las gaoneras de Puerto los sorprendieron con el hecho de que el torero ponga el cuerpo por delante del capote. El tercio de banderillas los emocionó y les pareció muy bello. El recibo de largo que hizo Encabo para empezar el trasteo lo juzgaron muy inquietante, luego, los entusiasmos se fueron ahogando en la profundidad de la ortodoxia muleteril.
“Ver los toros desde la barrera” y “coger al toro por los cuernos”, me permitió referir otras frase que el argot taurino ha aportado a nuestra lengua, de algún modo debo justificar la inclusión del video de una corrida en una clase de Identidad Mexicana, cuando un joven levantó la mano. Asentí invitándolo a tomar  la palabra. Entonces, solicitó: “Profe, ponga el “top ten” de cornadas”. Le respondí que no, porque no es de buenos aficionados recrear la tragedia de un torero. Me dirigí al escritorio mientras me decía yo por lo bajo: “keep calm” y olé mis huevos con lo del “top ten”.