Sólo era cosa de que saliera su número de suerte en la plazota. Nuestro héroe, aunque bajito de estatura y de palabras contadas, tiene un valor enorme, el carácter muy firme y un discurso elocuente que pronuncia con los avíos. Como quien dice, lo necesario para soportar las injusticias del ambiente. De milagro se subió al carro en la última corrida de la temporada. Una sola comparecencia poco antes de que los de la empresa bajaran la cortina, le ha bastado para ganarse el respeto de la afición.

 

Que al acabar la corrida no se iba a marchar caminando, lo declaró al recibir de rodillas con dos largas cambiadas en los medios. Es decir, en el sitio donde las pegan los desesperados que tienen los cojones bien puestos. Luego, desde el tercio, largó trapo a verónicas ganando pasos hacia los medios y adueñándose de las acometidas del toro.

 

Recogiendo capote a la cintura, firmó la tanda con una media de libro que en la portada traía impreso el título y las recomendaciones: Tauromaquia urgente, o el arte de la revelación en una sola oportunidad, por el nuevo consagrado D. Fabián Barba. Breve y fugaz tratado sobre los conceptos de parar, templar, mandar y ligar. Para profesionales, aficionados y toda clase de sujetos que gusten del arte de Cúchares. A continuación, demostrando los modales y el sosiego del torero de alta escuela en que se ha convertido, quitó con el lance de Gaona meciendo la cintura para esquivar la cornada y clavando las zapatillas en la arena.

 

Para el capítulo de muleta, “Conchito” que ya había demostrado sus virtudes, embestía con alegre movilidad, repetidor y obediente. Por su parte, como si toreara todos los domingos, Barba con vitola de gran figura y un conocimiento enciclopédico de la lidia dictó una lección de ambición personal y plenitud torera. El cornúpeta de la ganadería de Cuatro Caminos tuvo mucho fondo y haciendo el avioncito a media altura, permitió que brotaran las series en redondo que fueron cristalinas y cargadas de sentimiento.

 

Uno ni se imagina lo que un hombre como este puede traer consigo. Barba es uno de esos toreros que se ven anunciados en los pueblos, buscándose la existencia como nadie, que se esfuman por un rato y cuando todos creen que han claudicado, por una de esas bondades del destino, reaparecen en una plaza importante y con el “hola buenas, que milagro”, le plantan cara a los toros y más valientes que un tejón, torean como si fueran los mismísimos inventores de la lidia, dejando en claro la profundidad de su arte y llevándose en la espuerta el triunfo grande. Entonces, el cansancio resignado y los desengaños, que han dejado más costurones en su alma que los pitones en su piel, desaparecen por un tiempo dejando paso franco a un montón de expectativas. Ahora, es una pena que este triunfo haya llegado en el último festejo del serial, aunque quién puede asegurar nada, Saldivar cortó un rabo en el primero y no volvió a torear. Si estuviéramos en España, el diestro aguascalentense ya estaría ganando una fortuna y a su apoderado le dolería la mano de tanto firmar contratos, pero en este país que trata tan mal a sus hijos, es una pena que tengan que pasar muchos meses para volverlo a ver en el círculo vicioso del ruedo de Insurgentes y eso, si es que la empresa está de vena y lo contrata. Cruzo los dedos por que sea así. La vida concede ciertas recompensas a los que perseveran y en eso de aguantar, a los toros y al futuro, este Fabián Barba tiene mucho pozo.

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México