Aquí, la vida diaria parece película de Buñuel y uno sabe si morirse de la risa o apretar las muelas hasta romperse los empastes. Tenemos que asumir lo innegable, en este país la coherencia, la justicia y la honestidad importan un soberano cacahuate. Cada día, en lugar de tener su propio afán, tiene sus propias sorpresas. Unas sorpresas que además nunca son para bien y siempre acaban por llevarte al baile. Y como las irregularidades se repiten una y otra vez, terminan siendo lo más natural del mundo.

 

La más reciente me la acaban de atizar los del banco, Santander, para ser precisos y no quedarme con el nombre convertido en piedra alojada en la vesícula. Un cobro mensual camuflado en el estado de cuenta y venga el arte. Cuando me quejé vía telefónica, ya se sabe, previo el suplicio que implica la contestadora automática: para saldos marque uno; si va a reportar un robo marque dos –robo no se considerará, por supuesto, el que están cometiendo ellos-; para ser atendido por la madre que los parió marqué tres; a la de quinientas pude hablar con un ser humano que después de saludarme, me aclaró que lo del cobro se debía a un seguro que contraté. Blinda en todo momento su cuenta, señor. En efecto, es una maravilla de póliza que protege contra todo y contra todos, menos contra los que arbitrariamente la expiden. Cuando le respondí que yo no había contratado nada, más fresco que un camarón en el escaparte de pescados y mariscos, me soltó a bocajarro que probablemente había presionado involuntariamente un botón en el cajero automático y se había activado la contratación. Olé mis huevos.

 

Pero, a la arena que en esta columna se habla de toros. Sábado de Gloria, corrida nocturna en Tlaxcala.  Concierto previo de pasodobles que alegra el ánimo, eso y los chisguetes de vino que caen de la bota. A continuación, los músicos subieron al tendido. Despejado el ruedo, el señor autoridad mandó al clarín a llamar a cuadrillas. Nos dieron unas velitas que encendimos y únicamente con esa luminosidad temblorosa, en una escena diferente y conmovedora, los toreros hicieron el paseíllo. La gente estaba de vena y la noche era un encanto. Encendieron los reflectores y la expectación creció. En el cartel El Zapata, Israel Tellez y Jerónimo. Entonces, se abrió la puerta de toriles y el gozo se fue al pozo. Uno tras otro, los seis jóvenes, corniausentes y bulímicos morlacos de la ganadería de Cuatro Caminos, mas el de Guanamé –este último de regalo- se encargaron de recordarnos que estamos en la tierra de nunca jamás. Aquí, para hacer lo que a uno le plazca, sólo hay que calentar algunas manos y a veces, ni siquiera se necesita eso. De la gloria a la bazofia. La deshonestidad y la insignificancia de unos y de otros, dieron al traste con una noche que pudo ser mágica. Tras el campanario del convento de San Francisco una luna grande y cumplidora, se trepó al cielo, pero las pifias de toda la vida, como siempre, llegaron puntuales. Es pasmosa la veloz  facilidad que tenemos, para convertir en desagradable y patético hasta lo más placentero.

 

Esperen, que todavía no completamos la cuota del día. En este país surrealista, lo cosa nunca para.

 

Aún no termino de teclear este artículo y ya llega más material. En la página electrónica de la revista Proceso, viene un reportaje referente a un candidato por el Partido Verde Ecologista –con sus antecedentes debería llamarse partida- a alcalde en una ciudad de Guanajuato. Nada menos que un consumado cazador. El articulista dice que en las redes sociales, el tío presume de su eficaz puntería y de su imperiosa afición a despoblar de animales el planeta. Uno se queda patidifuso. Estos son los abanderados del movimiento antitaurino y los que sin entender ni jota de invasiones culturales, nos gritan que lo nuestro es tortura y que es mejor aficionarse el basquetbol. Que nadie le diga a este Daktari del Bajío, que los potreros donde pastan los toros bravos son santuarios para patos, conejos, zorros, mapaches, ardillas, venados y más. No sea que le dé por acercarse a jalar el gatillo, mientras sus colegas silban mirando para otro lado.

 

Es una pena, pero hay que reconocerlo, el verdadero problema no es el banco, ni la corrida del sábado, ni este candidato ecologista-cazador, ni las aseveraciones de la hija del candidato a presidente, ni los sindicatos, ni la demagogia, ni las televisoras, ni la multitud de golfos, ni la legión de embusteros y sinvergüenzas que vive de nuestro dinero. El problema, coño, somos nosotros, tan desmemoriados, tan insolidarios, tan incultos, tan insensibles, tan cortitos de carácter, en pocas palabras tan impasibles y descastados.

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México