En este país el absurdo resulta inagotable. En cualquier actividad uno se divierte con tanto disparate y a cada momento recibe una nueva sorpresa. Desatinos que nos caen en chubasco y por donde sea, tan numerosos que se vuelven parte del paisaje y al final acabamos aceptándolos como la cosa más natural del mundo. Por su parte, hay algunos que no tragan. Sin embargo, a fin de cuentas ellos son los raros y siempre terminan pareciendo unos inadaptados. En realidad lo son, pues no han conseguido adecuarse al disparate, al jolgorio, la necedad y el desvarío. Desde luego, a esos -el pronombre demostrativo debe ser pronunciado en tono despectivo- se les mira con recelo por acomplejados, aguafiestas y marginales.

 

El esperpento más reciente lo endilgó Zotoluco. Miren ustedes, domingo por la tarde en la Plaza México. En el cartel 6 mulos 6 de Marrón para el propio Eulalio López, Alejando Talavante y Mario Aguilar. El encierro de tan malo, fue de libro: débil, descastado, flojo, tardo y bobo. Además y entre otras lindezas, todos le hicieron ascos a los petos de los caballos.

 

Salvo el tercer ejemplar que se llamó “Bribón” –algo nos quisieron decir con los nombres de los macarrones, perdón, de los marrones, pero no nos percatamos- el resto de la corrida fue un somnífero más denso y aburrido que el canal del Congreso. Con este toro, Aguilar estuvo bien corriendo la mano y mostrando que tiene todo menos suerte. El resto de la corrida fue una competencia de bostezos en el tendido, tornándose más duraderos conforme se acercó la noche. Así, hasta que llegaron los toros de regalo. Ya se sabe que en la México, los matadores nos adormecen con los seis de lidia ordinaria y lo bueno empieza con los de regalo. Si tuviéramos un poco del pragmatismo norteamericano, ya hubiéramos entendido y llegaríamos a nuestra localidad poco antes de que doblara el sexto.

 

 

Saltó a la arena el primer obsequio de nombre “Carterista” –les digo, los nombres eran alusivos- mismo que sirvió a Eulalio López Zotoluco para presentar el bonito y emocionante catalogo otoño invierno de ardides y engañifas. El matador de Azcapotzalco que se aleja de la tronera enhilado a tablas y casi debajo del estribo, bien cobijado, que recibe de rodillas con una larga cambiada. Luego, no se ajusto con el percal, aunque entregó el morito al picador a chicuelinas andantes.

En el último tercio, extendió un telón que hizo las veces de muleta. También, la introducción la dictó de rodillas y al amparo de las tablas. Después, arqueando el cuerpo hacia adelante y extendiendo el brazo a todo lo que daba, hizo una demostración de teletoreo que encantó a  frívolos y a pazguatos. Hubo quienes siguieron tan dócilmente el engaño, que felices entonaron las loas del torero, torero, en favor de quien redimido después de la silbatina de desaprobación al anunciar el regalo, en ese momento, les veía la cara entre aclamaciones. Al final, dejó una estocada baja y no conforme con la orejita que le otorgaba el juez, se rebajó a exigir la segunda. Viejo lobo de mar, previó que si daba la vuelta al ruedo mostrando el trofeo, lo único que cosecharía sería el abucheo de los que no tragaron, así que con una mano recibió la peluda y con la otra, se la dio a un arenero.

 

Con el segundo de regalo, Talavante bordaba  la faena a otro torito injusto de presencia. En el callejón, viendo como nos habían sacudido la estopa,  se encontraba D. Manuel Martínez Erice, empresario de la plaza de Las Ventas que sin dar crédito pensaría pasmado: este es el paraíso, les han visto la cara toda la tarde y todavía tocan palmas agradecidos. Es que el señor empresario de Madrid no sabe que aquí el aplauso es cosa de oficio y que la sarna con gusto no pica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México