Lejos de ser un agobio, es para partirse de la risa. Lo que pasa, es que no lo hemos comprendido. Nos tomamos las cosas demasiado en serio y no sabemos disfrutar los beneficios que deja reír como niños. Los de la Plaza México son unos gurús de la risoterapia. Cada domingo se esmeran más y nos ofrecen una función que si nosotros los amargados fuéramos capaces de verla con los ojos de alegría con que ellos la miran, empezaríamos a obtener multitud de saludables beneficios. Si vivimos tiempos que están como para cortarse las venas, qué bien que las tardes de corrida nos dediquemos a reír junto con toda la gente del toro.

Las de la temporada grande son funciones taurinas que no hemos tenido la gracia de entender, pero que ofrecen más risas que una película de Mister Bean y Jim Carrey juntos. Desentrañar la ironía es facultad de inteligentes. Qué pena habernos perdido de tanta jocosidad. Digan si no es una sátira exquisita poner a las tres señoritas toreras con los animales más hechos de toda la temporada. ¡Leña para todos y a cagarse!, sólo faltó que le pegaran un cate a la señora de las pepitas. Fue una zumba ver a las matadoras indefensas y pasándolas canutas para librar la papeleta. Ni los estoques podían sostener montados. Bueno, es que aunque haya mucha igualdad de género, no la hay de sexo. Las mujeres nunca podrán tener la fortaleza de los hombres, ni estos la coordinación de las mujeres. ¡Fácil!.

En eso de hacernos reír, la empresa de la Plaza México no escatima. Fue una broma pesada anunciar la despedida de Capetillo y que él no estuviera enterado. Tiene su guasa, también, que en México las cornadas más serias se las lleven los monosabios. Es de igual forma muy cómico ser escritor de toros y nunca poder escribir la palabra “toro”, porque los lectores pensarían que uno los está cachondeando o es un chalado. Es una broma feroz anunciar a Pedrito El Capea para el próximo domingo. Es un chiste del absurdo que el juez Jesús Morales, para otorgar una oreja considere como una mayoría a las tías y los primos de los espadas cuando silban y ondean pañuelos.

Por otro lado, sería una cuestión de fino humor inglés el que ahora que genéticamente casi todo se puede, algunos ganaderos visionarios crearan mutaciones bovinas con más orejuelas, para que cuando se vuelvan novillos –noten el doble filo- los diestros que torean en México les tumben más de dos peludas por turno y con orejas hasta en el paladar se trepen a la cumbre del escalafón que tanto veneran.

En México, para bien y para mal, sabemos reírnos de las cosas serias. Bromeamos con la muerte, la vestimos de catrina y le ponemos nombre. Nos burlamos de nuestra suerte y de que hemos sido condenados a la mediocridad eterna. Ponemos apodos a los malos políticos que nos han gobernado desde tiempos de Moctezuma y con una risa mansa hasta los huevos, soportamos que nos despojen. Ellos también ríen al hacerlo, pero hasta hace algunos años, con el tema del toreo sólo nos habían hecho reír muy pocos, Cantinflas y El Piporro como ejemplos. Ya es hora de entender las ironías de Jesús Morales y de su carnal Juan Vázquez y de los simpatiquísimos Gilberto Ruiz Torres y Jorge Ramos, jueces que parece han perdido el juicio -ya me contagiaron lo chistoso- que empiezan el petardo aprobando torines con menos trapío que una anoréxica enferma del estómago. Si se tiene la cabeza espabilada, las declaraciones del primero que publicó el diario Reforma, en cuanto a su solidaria costumbre de otorgar los premios a los toreros por el simple hecho de ser colegas, son para doblarse a carcajadas.

Chistoso oyes, pero no hay nada más grotesco que el toreo cuando se vuelve humorístico. Un toro de cinco años es un “borra sonrisas”, un torero plantándole cara es la cosa más seria del mundo. Sin embargo, Alemán y Herrerías han convertido las corridas de la Plaza México en un serial de chacotas. Por ello, ha soltado el trapo todo el mundo, incluidos nosotros los aficionados que tragamos paquete con una sonrisa y  la mansedumbre de un borrego. Ha llegado la hora de despertar al del Tendido Siete que todos llevamos dentro. Verán como no vamos a caber de contentos. Empezando por que reír, depende el modo, es también una manera inclemente de mandar al carajo.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México