Si se mira bien, las condiciones eran totalmente adversas. Tarde de domingo amenazando lluvia. La peor entrada del serial, cosa que ya es decir, porque eso significa que los tendidos de la Plaza México, la más vacía del mundo, estaban desolados. Penúltima corrida, implicando al punto la nula posibilidad de lograr la repetición, en especial si tomamos en cuenta el motivante cartel femenil del domingo próximo. Que las feministas me perdonen, acepto lo de que el tamaño si importa, pero no este cartel para cierre de temporada y me vale que me digan machista, xenófobo, violento de género, o lo que las mujeres gusten. Siguiendo con lo de las condiciones adversas: El encierro de Ordaz tuvo muchos kilos y unos pitacos para atemperar los entusiasmos más ardorosos. Además, acusó una raza muy medida y debilidad. Por si faltara, su primero, desarrolló sentido y después de enviarle varios telegramas de aviso, le quitó los pies del suelo en una voltereta de la que cayó de nuca, dándose un golpazo como para formatear el disco duro.

Pese a ello, la actitud de Alberto Espinoza El Cuate fue siempre positiva, a favor del buen toreo y de sus ganas de lograr el éxito. Muy dispuesto y queriendo decir algo a toda costa, buscó la colocación adecuada en sus dos toros y cuantas veces pudo se estiró en lances y muletazos de gran valía. Dejaba la muleta en la cara para traerse enganchado al primero, o bien, porfiando en el cruce a pitón contrario para encelar a su distraído segundo. Su quehacer fue el de un hombre sin complejos, como si fuera el torero sensación de la temporada peleándole las palmas a lo más prieto del patio de figuras. A sus dos toros los lidió con temple, profundidad, ganas y la sabiduría de un filósofo griego.

La motivación intrínseca de Alberto Espinoza vale mucho y es para tomarse en cuenta. Sobre todo, si observamos que los toreros nacionales –salvo el Zapata como excepción y por mucho alpiste que los demás le echen al canario- no levantaron la mano y pasaron de noche con detallitos que se nos olvidaron antes de la hora de cenar. En las comparecencias de la baraja conterránea la palabra triunfo no entró ni con calzador.

Por todo ello, buscando un condicionamiento pavloviano que ligue el estimulo provocado por El Cuate con otro que nos devuelva la ilusión vislumbrada, antes de sumirnos en el limbo que dura hasta noviembre. ¿Qué tal una corrida más?. La última y nos vamos. Qué tal un delirio imaginativo de este vuelo: Joselito Adame, Alberto Espinoza y Juan Pablo Sánchez, con Barralvas y del encaste Parladé, algo que nos motive, por favor.