Volviendo al tema, al toreo llega la dictadura del diseño y el fashion con el gran diestro español que para la corrida goyesca de Ronda, estrenó un vestido firmado por Giorgio Armani. El diseñador italiano no estuvo presente en la plaza. De haberlo hecho, era para llamarlo a dar la vuelta al ruedo por la sensibilidad con que interpretó la tradición goyesca, el oficio y el arte taurino. El precioso terno que acaparó toda la atención sí recorrió el anillo, pues el hombre que lo portaba brindó una más de sus tardes de gloria y se fue por la puerta grande.

La creación de Armani está confeccionada en el tono “greige” inventado por la casa, un matiz entre grises y beiges, bordado con lentejuelas, pequeños cristales de Swarovski y un bellísimo hilo de plata. La indumentaria del diestro se complementó con camisa de chorreras, corbatín negro y medias blancas. Sin embargo, más allá de la expectación que su traje de luces provocaba, la tarde del pasado 5 de septiembre, alternando con José Mari Manzanares y Miguel Ángel Perera, para matar un encierro de Luis Algarra, Cayetano salió a jugársela a cara o cruz. Se arrimó tanto que manchó de sangre de toro el vestido que debería estar en un museo por su belleza y significación, al relacionar el arte de matar toros a estoque con el sofisticado y vanguardista mundo del glamur. Negarlo sería un atavismo propio de desfasados y abuelos puretas.

Se quiera o no, el hecho es un acontecimiento histórico en los ambientes de la tauromaquia y la moda, entre otras cosas, porque nada hay más anacrónico, obsoleto y fuera de época, y al mismo tiempo más inalterable, tradicional y fascinante que la ropa de torear. Talismán y atuendo a la vez, pareciera que el vestido de luces  tiene vida propia, es el ícono de la fiesta con toda su fuerza y toda su magia. Ahora, el atrevimiento de Rivera Ordóñez y de Armani lo ha enriquecido. Alguna vez, el poeta y novelista Antonio Gala se encontró con Francisco Rivera Paquirri –por cierto, padre de Cayetano- en el hotel Ercilla, en Bilbao. Salía el matador con rumbo a la plaza de Vista Alegre para matar una corrida cachetona y bien armada de burracos de Torrestrella. Vestido con un precioso terno en azul y oro, caminaba entre el apoderado y el mozo de espadas atravesando el vestíbulo con paso decidido, la montera en la mano y el capote de paseo terciado en el brazo. Gala quedó deslumbrado ante el majestuoso porte del torero. El gran escritor después comentaba conmovido el hecho: “Me pareció un dios” decía. Además de lo imponente, no era otra cosa que la solemne impronta dejada por un hombre que viste destellos de vida para asomarse con toda elegancia a la muerte.

 

 

 

    Crónica de José Antonio Luna