Llevo tiempo diciéndolo, Manuel. Esto cansa y cada día más. Escribir de toros en México es un fastidio y un dolor de huevos.

 

Mira, por ejemplo, esta tarde qué bonito.

 

Aquí, dos filas abajo, mister y mises, ¿quieres que les apellidemos Robinson?. Será un gran pretexto para hacer memoria de Simon y Garfunkel, y de Dustin Hoffman, cuando fue El graduado, seducido ante las piernas divinas de Anne Bancroft.  Pues bien, que los Robinson han venido de turistas a México. Se nota que a él le gusta lo del toreo, pero ella, no lo soporta. En la arena, la identidad artística del toreo   -orgullo de nuestra esencia- también ha salido de vacaciones, para dar paso franco a la barbarie.

 

Mientras el extranjero aplaude cada uno de los cuatro rejones de castigo que Rodrigo Santos le ha clavado al toro de De Haro, ella oculta el rostro tras la espalda ancha de su esposo. Cuatro rejones, Manuel, como si de un Miura descomunal y loco se tratara.

 

Pero el martirio de la rubia no cesa con esa brutalidad. Ahora, el jinete nos regala excesos sin arte: ha dejado diez banderillas sobre los lomos del cárdeno. Al estribo, al relance, al sesgo, la santina, a dos manos, por aquí, por allá. Tómala barbón y te faltan las tres cortas. A la hija del Tío Sam ya no le caben en las manos las lágrimas ni los pañuelos desechables. Dos pinchazos y un rejonazo bajo hacen doblar al toro. El colmo, tratan de apuntillarlo con una espada de descabello y el puntillero no atina en el sitio, razón por la que lo intenta cien veces. Al fin, la masa de carne ensangrentada se derrumba con un ojo abierto al cielo gris. Por su parte, la gringa rompe en llanto y huye a la carrera de este tendido portátil que han armado en la feria de Santa Ana. God bless you, please, Mrs. Robinson…hey,hey,hey.

 

Así es Manuel. Te pregunto: ¿Qué publicamos en este caso?. ¿Qué el rejoneador estuvo voluntarioso, valiente, artista?. ¿Qué ha sido una gran faena malograda con los aceros?. Al caso, hay una docena de frases hechas. Esto de escribir de toros es trabajo cómodo para los que venden su pluma por nada. Empeñados en someter a sus lectores a la dictadura de los triunfos obligados por tarde –como si la vida fuera eso, ganar todas las ocasiones- adaptando la crónica siempre atravesada por su gatuno y pobre punto de vista. Atizando a los lectores con el triunfalismo desaforado. Acorralando a la verdad en callejones sin salida para ponerle una paliza de dios es cristo. Flagrante servilismo gratuito.  Por cuán poco se venden: la simpatía de un matador, el saludo de un ganadero, los más audaces, por una acreditación al callejón.

 

Sí, sé que coincides conmigo, Manuel. Tiene rato que no publicas de toros. Tú te libras con mayor frecuencia. Hilas más fino porque eres poeta y vuelcas el corazón en metáforas. Cuando lo haces en prosa escribes de otros temas. Sólo de vez en cuando, tu afición entrañable te lleva a reincidir y firmas de toros. Entonces, le buscas -al igual que yo- y encuentras qué decir de nuestros toreritos con sus pocas posibilidades y sus muchas carencias.

 

Con sus contados atrevimientos y sus múltiples trampas.

Lo conseguirán con el tiempo. Las nuevas generaciones de espectadores no distinguirán una payasada del toreo puro, como ya no distinguen una estocada libresca de un bajonazo artero. Te juro, Manuel, que por amor a los toros un día me voy a levantar de la grada al igual que la gringa y me iré llorando de rabia y de indignación, mientras en la arena el tiro de mulitas arrastra los despojos de un bravo al que le habrán tundido desde que salió de la ganadería y que llevará tantos agujeros en la piel, como si hubiera quedado en medio de una gestión de narcos. ¿Grandeza del toreo, Manuel, la que nos dan tarde a tarde?. No, esto es un coñazo de apaga y vámonos.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México