Esta vez no. Se los juro, he empezado cien veces y lo intenté todo. El esfuerzo ha sido titánico.

 

Fortaleza y benignidad serán mi consigna. Esta semana romperé con el feo vicio de criticar y hablaré de cualquier otra cosa, pensaba la noche del domingo. “Sólo por hoy”, fue mi lema copiado a los doble “A”. Nada de artículos sobre el encierro anovillado y débil hasta la desesperación del hierro de El Nuevo Colmenar. No pondré mi dedo inclemente en la dolorosa llaga de la falta de casta. Ya no aburriré más a mis pacientes lectores, que estarán hasta la coronilla del pan con lo mismo. Por ningún motivo daré gusto a los antis pregonando que la entrada fue un fiasco. Ni una palabra sobre el corniausente animal que se corrió en primer turno para confirmar la alternativa de Manuel Jesús El Cid, como un hola mucho gusto, decepcionante para los aficionados que lo esperaban ilusionados. Nada diré del segundo, ni de su falta de trapío. Mucho menos, me ensañaré contra Manolito Mejía que tiene derecho de apartado -pero en el ruedo- y que está rondando las setenta corridas intrascendentes en la México. Aprenderé del Doctor Herrerías que va por el mundo repitiendo oportunidades como jaculatorias y todavía, tiene que soportar el que se le acuse de lo opuesto. Seré solidario con el peregrino cornúpeta corrido en tercer lugar que piadoso cumplía una manda embistiendo de rodillas. Indulgencia y compasión unidas a la de los picadores que sólo arañaron los lomos de los novocolmenareños.

 

Como yo también, en lo espiritual profeso el amor al prójimo, ya no juzgaré la paja en el ojo ajeno teniendo una viga en el propio. Toda mi consideración para los asistentes que, con más mansedumbre que la de los propios toros, soportan todo tipo de engañifas y triquiñuelas. No sólo no arrojaré la primera piedra, ni siquiera una almohadilla, como las pocas que cayeron cuando por el ruedo correteaba el esmirriado novillo de regalo que El Cid, según parece, importó de Biafra. Y si no es por el lado de la piedad, lo haré por el de la metafísica. Encontraré el lado positivo del toreo mexicano. Decreto corridas maravillosas, buenas intenciones y besos para todos.

 

Con el afán de no caer en la tentación, mejor escribiré que los lances de rodillas de Uriel Moreno El Zapata en los medios, han sido toreo verdad en un capotazo que cuesta mucho y remunera poco. Resistiendo, también dejaré en claro que la imaginación es condición primigenia del artista y que el torero con apodo de caudillo, la tiene a manos llenas. Los dos tercios de banderillas fueron un derroche de creatividad y eficacia. En cada turno prendió pares de zarcillos superiores. Su faena al quinto fue de valía y el estoconazo más. El Cid, por su parte, el ahora sí soy yo, lo declaró con unas verónicas de marca legítima y unos derechazos de oro.

 

Sin embargo, es superior y no puedo. Es que en este país, cada vez que suenan los clarines nos la cargan con premeditación, alevosía y ventaja. Me rindo. Como el hombre puede soportarlo todo, menos la tentación,  aquí va: Vino El Cid a confirmar y lo confirmó. Coño, lo que pasa en esa mole de concreto es de morirse de la risa, tío. Mira que los colegas se han quedao cortitos con lo que nos habían contao. Así es, en la plaza México los capotazos se le largan a la concurrencia.  A sus asistentes es más fácil hacerles la faena que robarle una paleta a un niño. Es monumental hasta en el despropósito, tanto así, como un político en una feria del libro.