Es como en las películas de Terminator I, II, III, y creo que hay hasta V, en el que la madre y el niño huyen despavoridos del Cyborg que ha viajado en el tiempo para deshacerse de ellos. Representado por el patán de Arnold Schwarzenegger, un robot, al que así lo pierdan de vista, lo desintegren a escopetazos, un camión lo haga cisco pasándole por encima o lo fundan en un perol lleno de acero líquido, sistemáticamente se reconstruye para volver a aparecer tras ellos con la furia de matarlos, sin que la pesadilla tenga final. Tal facultad ha permitido que este churro de historia se prolongue en una saga interminable que empacha y produce vómito. Sarah Connor -así se llama la protagonista-, en escenas angustiantes, circula, corre, escapa, una y otra vez, llevando prendida a la espalda a este ángel exterminador autómata, como lo haría un mozo pamplonica por la calle Mercaderes con un morlaco de la casa Miura haciéndole cosquillas en los riñones.

De la misma manera, pero ahora dentro de los horrores cotidianos de la tauromaquia mexicana, vuelve a aparecer un mal del que nos creíamos librados. El Matador Eloy Cavazos ha anunciado que él y su toreo robotizado y embaucador vuelven a las arenas. Era lógico, corren buenos tiempos para explotar la veta. Esta es la época en que los erales son anunciados como toros. Son los tiempos de las cabezas corniausentes y de la bravura repudiada para glorificar la bobería. Todo ello, aplaudido y coreado por espectadores felizmente incompetentes. O sea, son los tiempos soñados por el único integrante vivo de la trilogía de los que fueron los Terminators del toreo mexicano.

Ser tantos y parió la abuela. Junto con el retorno de Eloy Cavazos sigue la marcha natural de la corrupción atrincherada en los burladeros y la impunidad empresarial taurina que empecinadamente ha destruido nuestras ilusiones. Cada día y casi en todas partes, estos como el androide Terminator se reconstruyen en trampa gorda, de pelo lustroso, bien nutrida y rematada. La casta oportunista permanece atenta a mantener caliente el negocio. En la sublime actualidad, salen con cosas como los carteles que anuncian “6 toros de afamadas ganaderías 6” matando la tradición y el protocolo de jalón, de un modo tan soez que hasta dan ganas de calarse un texano, una hebilla tamaño campeón de lucha libre y unas botas picudas de piel de cocodrilo, para ir a los toros como si se fuera al rodeo.

Conozco el callejón sin salida. Además, de la tierna edad de los bovinos, siempre hay un mezquite donde detener el camión y a la sombra sacar el malacate y el serrucho para rebajar el peligro. En esto del toreo, invariablemente hay cientos, miles, de tontos que van a los tendidos y no se enteran, ni se enterarán nunca de que un verdadero toro con los pitones intactos, dicta a todos los presentes, incluso al que le va a clavar la espada de muerte, una lección de vida que sólo se puede vislumbrar asomados al lindero mismo de la muerte. Cuando el toro está mutilado y no tiene la edad, lo del toreo se trueca en espectáculo y se aleja veloz del rito subyugante y místico. Entonces, la liturgia taurina se convierte en folclore de lo más chafa.

Pues aquí está de vuelta el señor Cavazos y trae consigo su toreo rapidito, sus medios pases a erales despuntados. Viene con todo el cachondeo fulgurante, redondo y aceitado. Está por aparecer de nueva cuenta el industrial número uno del toreo “made in Taiwan”, el artista de la producción en serie, el infalible cortador de orejas exigidas a jueces pusilánimes. Una campaña de retiro en 1985 y el regreso en 1987. Una nueva despedida anunciada como definitiva en el 2008 y ahora, otra reaparición. No, si de veras, esto es una pesadilla como lo del Terminator.

 
 
 
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México