En las redes sociales está circulando un video que muestra a un hombre ponerse delante de un coche e impedirle el avance, porque el auto ha invadido el paso cebra de alguna calle de Guadalajara. Con unos cojones que no tiene ni Fernando Robleño, se queda plantado delante sin permitir el avance del automóvil hasta que transcurre todo el tiempo en que la luz verde le otorga el paso. La intención es hacerle entender al conductor un mensaje: si tú invades mi zona de paso, yo hago lo mismo en la tuya. Sin embargo, lo significativo no es contarles eso, sino que los otros caminantes pasan a su lado, lo observan, algunos reconocen y celebran que el hombre exija el respeto de los conductores hacia los peatones, pero no se unen a la causa. Es que en México, somos mesiánicos y nos gusta que otros hagan lo que deberíamos hacer entre todos. La historia de este país ha transcurrido esperando la llegada de un salvador para cada aspecto de la vida nacional y que él solo cargue con lo que deberíamos cargar todos.

Esperamos que un mesías saque del gobierno a los corruptos y que cambie nuestra situación de mecenas de la golfería a la que nos dedicamos pagando impuestos. Que sean otros los que vayan a las marchas, empuñen las pancartas y griten las consignas. Que sean otros los que hagan los paros nacionales. Que otros sean los que corran el riesgo de ser perseguidos, detenidos, torturados, asesinados, quemados y triturados. Ustedes perdonen, pero es que en la actualidad todos los caminos conducen a Ayotzinapa.

En lo que a esta columna corresponde, o sea, a hablar de toros, a los tendidos de la Plaza México no ha llegado ese mesías y nadie hace nada en tanto no aparezca. Así, abnegados, mansos, dóciles, y tontos, los asistentes soportan todo. Domingo a domingo aguantan todas las vejaciones taurinas como si se tratara de ir poniendo palomita a un catálogo de vejaciones y maltratos a los aficionados. Con el tamaño de la fuerza con que se unen el empresario, los apoderados, los toreros, el ganadero, algunos periodistas, el juez, el veterinario y las autoridades de la delegación Benito Juárez, con una fuerza de ese tamaño, deberíamos plagarles el ruedo de cojines y si no entienden, no asistir a la siguiente y que a verlos torear los vaya la madre que los parió.

El domingo pasado, por ejemplo, se lidió una mininovillada insufrible de Marrón. El público tan suavote, bobo y descastado, como un toro de ese hierro, tragó de todo. Uno a uno desfilaron los becerretes engordados, supongo, con clembuterol. Únicamente en el quinto, sólo porque era un poco cariavacado y se notaba más, armaron una ligera camorra que no permitió al Cejas dárnosla con queso como con tanta soltura lo hace siempre.

Para despachar al primer párvulo, Arturo Macías adoptó unas parsimonias y solemnidades como si fuera a desorejar a todos los cinqueños de Victorino. Se echaba el capote a la espalda con tanta lentitud que por un momento se podría pensar, lo hacía con la intensión de dar tiempo para que creciera un poco más el becerrito. En el quite, se tardó diez minutos en acomodarse el trapo con un estilo que él supone de mucho arte, pero que pierde todo sentido si se hace ante un macarrón suave, débil, descastado, corniausente y muy jovencito. El becerrín pasaba fugaz a su lado en saltilleras y en gaoneras. Con ese sosiego derrochado en cámara lenta siguieron las cosas en la faena de muleta.

Tala, que así le dicen ahora, se aplicó a pegar algunos trapazos, pero como los macarrones que le correspondieron en suerte también eran enclenques, descastados y sin trapío, pues no tuvo otra opción que echar mano del séptimo cajón que traía preparadísimo y regaló un toro justo de presencia, pero que parecía largo y ofensivo comparado con los camotes que mató primero. El torito y unos pases de rodillas bastaron para engatusar al nunca respetado público.

Por su parte, el torero del habla castiza, Arturo Saldivar (wey, sí ese, wey, estuvo dos trikis, wey), en esta ocasión, no hubo brindis que registrar en los anales de la ordinariez. Al sexto lo entendió y con mucho aguante le dio pases a un animalito cómodo, sin trapío y que acuso sosería.

En general, el espectáculo fue el de siempre, entre fantochinas, antinaturales –matar becerros en una corrida de toros no es natural- y motrinquetes, la tarde siguió su curso. El público soportó lo insoportable y como ya dijimos, sólo el quinto fue protestado. Por su parte, el Presidente de la Federación de Marionetas, Títeres y Polichinelas, Gilberto Ruiz Torres, regaló orejas como volantes, desatando el júbilo de los matadores y de los simples que gozan ello.

Llegó la hora de aceptarlo, el cambio lo necesitamos hacer entre todos y mientras no queramos pagar el precio, pues nada, que cada día nos despeñaremos más abajo. Tanto en el país como en los toros. El sano desarrollo de la sociedad no lo hará un mesías, por más que esperemos su aparición, silbando y mirando para otro lado.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México