Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Los del oficio de matar toros a estoque lo llaman amargado y algunos de sus colegas periodistas lo admiran, aunque ni de coña quieren estar en su lugar. Dicen que en sus juicios y opiniones en la mayoría de las veces se pasa de la raya. Pero no para mí que lo considero un magnífico escritor, un crítico de mente clara y un columnista decente. Me incluyo en su estela y formo parte de su cofradía. Si ustedes quieren, quizá, porque también soy un “amargado” del toreo. A mayor profundidad de conocimiento, más exigencia y si se da como es debido, el disfrute es superior. Entonces, ya no te conformas con lo ordinario. Y cuando eso pasa, te cuelgan el epíteto como una medalla, como un grado académico que lejos de ofender hace que te sientas ajeno al rebaño. Por lo menos, tu rebeldía te dice que tienes voluntad de inteligencia.

El amargado mayor se llama Antonio Lorca, escritor de toros del periódico El país. Hace dos semanas publicó un brillante artículo titulado El toreo, una mafia sin competencia. En su texto hace una denuncia de lo que está pasando en el ámbito taurino en España. Entre otras cosas, delata a López Simón que en la feria de Bilbao le cerró el paso a Javier Jiménez un torero joven y que triunfó en Las Ventas. Del mismo modo, acusa a Pablo Hermoso que no ha permitido –y como dijo don Teofilito, ni permitirá- que Diego Ventura actúe en los Sanfermines. También, reprueba a las figuras debido a que sólo  matan toros bobalicones y débiles. Las frases que Lorca escribe son sublimes, por ese motivo las traigo a colación textualmente: “Enrique Ponce, figura indiscutible, lleva años lidiando inválidos y demostrando que es un perfecto resucitador de muertos vivientes”. No sé si Lorca lo habrá visto torear en México, pero en este país, además, los muertos vivientes son novillos cornicortos y con más nobleza que un “golden retriever”.

Julián López, diestro ingenioso que ha combinado la suerte de matar al volapié con el salto olímpico de longitud saliéndose de la suerte, también se lleva un tornillazo lorquiano: “El Juli, otro torero que ha alcanzado la gloria por méritos propios, está encasillado en un encaste bondadoso y tullido que le permite mantenerse en las alturas”. Tal vez, por lo del mega volapié olímpico diga eso de mantenerse en las alturas y las lejanías, sumo yo.

Sería injusto de mi parte no mencionar lo que dice de José Tomás al que le champa, y con toda razón, el que nos la dé rellena de queso, anunciándose con toritos más simplones que una vaca Holstein y en plazas de muy poca responsabilidad.

El escritor de El país obtiene dos conclusiones y una causa. Que la tauromaquia moderna es una aburrición y que el público ya no va a las corridas. El móvil: que el toreo es una mafia. Dentro de la pandilla están incluidos, por supuesto, los periodistas serviles que no enarbolan el estandarte de la verdad.

Si eso pasa en España, imagínense en este México de mis partes nobles. Aquí, la gente está cansada de tanto fraude y ya no asiste a la plaza. Sin embargo, esa situación no le preocupa a nadie, porque todos están muy atareados en llevar agua a su molino, aunque ya sólo sea un chorrito. Antes, a las novilladas de la Plaza México sólo iban los familiares de los muchachos. Hoy, no meten ni a sus tías jaladas por el tiro de mulitas. Hasta hace un par de años, la gente se daba de cachetadas por un boleto para la corrida del Congreso Regional de la Ordinariez y la Exageración Etílica, o sea, la “huamantlada”, las dos últimas versiones se han dado con media entrada y cada vez, menos. Por su parte, la “Corrida de las luces” –los toreros deberían llamarla “que desluces”- se va alejando del lleno en los tendidos.  Del mismo modo, sucede en otras ferias. En la actualidad, empiezan a ser recurrentes los festejos que se postergan o de plano, que son cancelados.

En el cierre de su artículo, Antonio Lorca nos reparte a todos. A las figuras del toreo, a los empresarios, a la mansedumbre de los aficionados que pagan, aceptan y se callan, y desde luego, a nosotros los que escribimos de toros. Citando, a su vez, a Alfonso Navalón, el articulista de El país nos dice: “[El periodista] …no debe erigirse en publicista del sistema”, y luego, completa con sus palabras, que tampoco debe convertirse en “…agradador de toreros, empresarios y ganaderos, ni en besamanos de todos ellos”.

Sé de muchos que cambian la verdad por un micrófono, otros más ruines, la traicionan por un taco de barbacoa y un vaso de pulque en las ganaderías, y los de la caterva son felices con una palmadita en la espalda dada por un matador. Hay niveles, sin embargo, unos más otros menos, entre todos, tiramos descabellos al toreo. Coincido, estamos cerca de lamentarlo hondamente. Qué quieren que les diga, me gustan los textos de Antonio Lorca, porque soy un amargado o viceversa.