La primera acepción que da el diccionario de la Real Academia Española está dedicado a las féminas: “Aire garboso que suelen tener algunas mujeres”. Una gachí con trapío es esa por la que cualquier hombre estaría dispuesto a escupir el corazón a cachos. Es la hembra soberbia, espléndida, que pisa fuerte, obra suprema del domingo bíblico, para dejarlo más claro: señoras de las que quitan el hipo. El segundo significado que da el tumba burros hace referencia a la “buena planta y gallardía del toro de lidia”. La palabra viene al caso, porque precisamente esa ciudad del norte ibérico cuida como ninguna otra la presentación de los toros que se corren en su plaza.

 

Por allí iba a ir la cosa, pero una lección de carácter y compromiso cambió el discurso. Estamos en la corrida inicial de feria en la capital vizcaína. Era el segundo de la tarde. Toro de lámina hermosa, enmorrillado, fuerte de culata, hondo de pecho, con mucha madera en el testuz, dos despabiladores astifinos como para poner a temblar al más pintado. Bovino toreable por el derecho y malo como la carne de puerco por el izquierdo. Sergio Aguilar ya había cumplido luciéndose con la diestra y dejando en claro que el bicho no servía por la zurda. Tanta fue su torería y su entrega irreprochable, que en un derrote a mansalva el toro le pegó un tabaco de quince centímetros en la pierna. Sin embargo, la lección de coraje, pundonor y vergüenza torera apenas iba a dar comienzo. Nueva tanda con la mano de cobrar, se la estaba jugando como los hombres. Terminó la serie y la sensación de peligro se podía cortar a tajadas. Otro intento por el mismo lado, aquí la suerte se distrajo y zas, derrote seco que encarna en el cuello. Una cogida horrorosa, sin embargo, el espíritu de sacrificio y el afán de acometer una hazaña empujan a Aguilar a pedir a los que lo auxilian que lo dejen ir al toro. No hay sangre. Escena dramática sin que nadie sepa, bien a bien, la magnitud del cate. Han pasado tan sólo unos segundos, cuando el torero se lleva la mano a la boca, se aprecia que el dolor es intenso. De pronto, un acceso y la hemorragia salta por nariz y boca. El pitón que ha entrado por el cuello alcanzó a romper el paladar y el tabique nasal. Chorro carmesí de espanto.

 

Uno considera lo acontecido y se pregunta para qué si ya había convencido a iniciados y profanos. No hay respuesta lógica. Es tan sólo ese compromiso interior que en aras de sentirse auténtico, desborda todas las prudencias. Lleno de sinrazones, así es el toreo. Un hombre en la plenitud de sus facultades entra deslumbrante por la puerta de cuadrillas y sale por la de la enfermería convertido en un muñeco desmadejado.  Los que de verdad quieren ser, van más allá de lo que los obliga el canon. Si la frase hecha ha consistido en afirmar que una mujer o un toro por su belleza, tienen trapío para Bilbao, desde el domingo, Sergio Aguilar regala una expresión de nuevo cuño: es un tío con valor para Bilbao.