El próximo domingo tiene la posibilidad de subirse al barco, gracias a que  quince días antes salió a jugársela a una carta. Con dos cojones y cara de hombre levó anclas, soltó amarras y largando trapo se alejó de la seguridad del puerto. En medio del vendaval que eran los embates del toro negro, plantó los pies en la arena y se encajó en sí mismo para que quedara claro que no iba a regresar al muelle sin el botín a bordo. Ya antes, en una breve intervención combinó el quite de ronda con caleserinas, su tarjeta de presentación fue con las telas atrás y poniendo por delante las femorales, era una consistente manifestación de intenciones. Cara o cruz, todo o nada. O ser torero en las Españas y poder con todo, o regresar a América a engrosar las filas de los taurodesempleados. Tal vez, fue una filosofía personal: mejor cola de león que cabeza de ratón… y ahí queda eso.  

Todo antes que volver a México a anquilosarse con la herrumbre de la fábrica igualitaria de la mediocridad en una profesión moralmente empobrecida. La camilla y el quirófano helado de la plaza de toros, antes que llevar una herida supurando toda la vida. La moneda fue echada al aire y los novillos podrían salir buenos o malos, eso sería circunstancial, lo que no tenía vuelta de hoja era su determinación a desfondarse en el intento. Madrid es quisquilloso y tiene sus bemoles, asusta a los toreros que lo padecen, pero embravece a los que llegan a por todas. También, tiene una segunda gracia: si en la Plaza México los toros parecen novillos, en la ciudad del oso y el madroño, los novillos parecen toros. Ni un ápice de duda, Brandon Campos toreaba con la severa gravedad con la que juega un niño. En su interior la nula expresión de duda, si tenía miedo, no lo notaría ni él mismo. Era una tarde de crisis, porque ya se sabe, lo peor es cuando el pasado no acaba de fenecer y el futuro está por llegar. Sin embargo, la consigna la llevaba tatuada en el corazón: largarse de Querétaro a toda costa para intentar la vida por el lado serio.

A eso fue a Madrid, a vivir entre una torería siempre espantada por cogidas horrorosas. Corrida de concurso y presentación en la plaza cumbre de los toreros españoles y de los franceses y de los portugueses, y de los venezolanos, la de Currito Rivera y los atanasios, la de Rincón y “Bastonito”, la de Luis Bolívar, la de Joselito Adame, de Arturo, Diego, Juan Pablo y Sergio Flores. Educarse para la hazaña y no para la molicie. Educarse para vivir en un ambiente donde los acontecimientos, alcanzan una gran profundidad. Asumir -quién lo creyera- que en el toreo también se debe pensar globalmente. Educarse para la alta competencia. Formarse para enfrentar al Tendido Siete y su intransigencia. Desarrollar un estilo adaptado a un mundo verdaderamente competitivo.

Fue el domingo hace dos semanas, novillada en la plaza de Las Ventas. El toro iba embebido en el ruido de la ola que era su muleta y los cuernos eran un signo de interrogación. Han de perdonar el lenguaje marinero, es que hay palabras que saben a sal que ya no se usan ni en los barcos, pero siguen vigentes en el mundo de los toros. Así que, con voces de ese lenguaje le deseo a este valiente Brandon Campos que a partir del domingo entrante tenga buena mar y mejor pesca. Que nunca le fallen los trapos en las tormentas y tampoco el valor para enfrentar sus batallas. Que la buena suerte le depare toros bravos y lo libre de los malos designios. Que tenga mucha voluntad para imponerse a sus naufragios. Que los toros le den riqueza y cortijo, la cuadrilla en furgoneta Mercedes y gachís para las noches de arribo a puerto seguro, después de la borrasca del ruedo. Y mientras tanto, alalá va. Se aleja balanceándose en la inestable cubierta del buque del toreo, derramando primores de lances como flores color de rosa y amarillo.

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México