Fue hace algunas semanas y tengo la imagen fresca como si la hubiera visto ayer. El recuerdo se disfruta en pleno, la memoria se despereza gozando de nueva cuenta y lo que fue fugaz se tiñe de languidez y de nostalgia. Fue una de esas mañanas transparentes en que ante la belleza de las cosas, uno aplaude a la vida. ¿Que el toreo está lleno de trampas, embustes, mezquindades y poca vergüenza? Sí, es cierto. Tal vez, la gente del toro sea la que menos vergüenza torera tenga. Pero, nadie que haya visto a Morante inspirado torear a la verónica, o a José Tomás desenredarse el capote en gaoneras, o al Pana doblar al mundo en un trincherazo, puede olvidarlo jamás.

Sin embargo, déjenme decir que lo más bello del toreo es el toro en el campo. No hay nada más emocionante que intercambiar miradas con un toro que mastica hierba mientras te observa, las patas muy firmes, astifina la cornamenta y reluciente el pelaje. Sabedores los dos, tú y el cornudo, que existe una frontera invisible e infranqueable que no puedes cruzar porque en eso te va la vida y él, obedeciendo a una misteriosa nobleza, no se acerca optando por darse la vuelta soberbio y se marcha despreciativo, lentamente, restallando el rabo. Luego, se detiene a echarte un ojo, a cerciorándose de que todo sigue en orden y también, a que lo mires y lo admires, tú y los otros toros y los pájaros y el mismo sol que sintiendo un poco de miedo y mucho respeto, se tapa tras una nube, ante animal tan bravo y hermoso.

Estamos en una tienta en la Ganadería de De Haro. Los trinos de un cenzontle se oyen entre los cites de los toreros. La arena del ruedo ciega reverberando de luz. El tentadero se había debatido entre el sí pero no, de calificación a un par de vaquitas. Corresponde el turno de prueba para semental a un hermoso eral, de capa –obvio- cárdena clara, capacho, muy fuerte de culata, bajo de agujas. Es decir, que ya verlo corretear de burladero a burladero es un espectáculo inolvidable. Al capote acude con el coraje de un tejón y se revuelve codicioso. Tiene una gran movilidad y ese es su primer punto a favor.

Tercer puyazo. No hay nada más bello que el toreo. El picador cita desde el tercio de la contraquerencia, al otro extremo, el eral lo mira. Parado en el ruedo, levantado el cuello con su morrillo como la golilla de un gallo de pelea. El cárdeno con toda la potencia de su juventud y con la fijeza de quien va a hacer las cosas en serio, no pierde de vista al caballo. Campanea la cabeza dos veces como incrédulo, como si pensara que no, que no puede haber alguien tan osado que se atreva a hostigarlo de esa manera. De pronto, se arranca al galope directo a la fortaleza desde la que el hombre, la vara en ristre, lo provoca. La punta de hierro se encaja en todo lo alto de sus carnes y el torito, a cambio, clava la cornamenta bajo el estribo como una flecha disparada con todo arrebato. Durante un momento, los tres quedan inmóviles y detienen el mediodía en una lucha de fuerzas encontradas. Atrás quedan el polvo, las voces, el cielo azul, el prado verde extendido allá a lo lejos. Empuja metiendo los riñones. Después de unos instantes, volviendo de un trance, nosotros, los testigos reaccionamos externando espontánea y emocionadamente nuestra admiración. Palabra de honor, no hay gozo semejante en afición alguna.

Acto seguido, el eral fue muy bravo a la muleta imponiéndose al matador que lo probaba y también, a los torerillos que quisieron medir sus fuerzas. Esplendor de bravura, nobleza, fijeza y claridad. El eral supo que era toro y nosotros, que se iría a padrear.

Terminó la prueba y fuimos a la casa. Pocos ventanales en el mundo, dan a un paisaje tan bello y propicio. Es que la ventana del salón de los ganaderos Antonio y Vicente De Haro permite asomarse a un horizonte fascinante. Allí, mientras conversábamos, consideré cuánta historia hay en esos campos legendarios. Cuántas cosas a contar, a conocer, a escribir. Cuánto orgullo legítimo, cuánta memoria y cuánta fidelidad a un sueño. El comportamiento del eral había confirmado la sentencia de que en el toreo, lo más bello es el toro. Tan bello como la verdad, la dolorosa verdad, la perseverante verdad, la explosiva verdad, la valiente verdad, la bravísima verdad, la gloriosa verdad. En pocas palabras, tan bello como la verdad del toreo.

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México