Aunque vivimos en tierra fértil para cultivar trampas y mediocridades, de vez en cuando, el horizonte cambia y florecen la verdad y la belleza. Déjenme contarles. Hace tiempo que no salían así los turrones. Edad, peso y trapío, o lo que es lo mismo, fiereza, poder y leña suficiente en la cabeza. Así que cada cosa que aconteció en el ruedo tuvo mérito. Pachuca, última corrida de la Feria de San Francisco. 6 Mimiahuapan 6, para Uriel Moreno El Zapata, Alejandro Talavante y Arturo Saldivar. La seriedad se hizo patente desde el inicio cuando el barbas le echó el guante a El Zapata, pegándole una paliza de las de dios es cristo. Arropón de esos que sólo obsequian los toros que gracias a la edad han acumulado experiencia en juegos y peleas con los hermanos de manada, aprendiendo con aplicación para qué sirven los cuernos. Colgado de la ropa, el diestro pasaba de un pitón a otro recibiendo los horrorosos derrotes que nos hicieron creer que el tabaco era de espérame tantito. Uriel, entregado y valiente, acometió la primera hazaña de la tarde quedándose en el ruedo hasta matarlo y cumplir como los hombres.
 
Por ese tono de la entrega, que llega el momento de picar al quinto de la tarde, por cierto, el de la faena de Talavante. Imaginen el cuadro, el picador César Morales que cita correctamente dando el pecho del caballo, a la arrancada del toro que responde acomodando al penco y largando palo. Fundidos como si fueran una sola pieza, el cornúpeta arremetió con mucha potencia y muralla a tierra. Entonces, cuando todos esperábamos que el jinete abandonara la escena para ponerse a salvo, que ataca más resuelto. Con los pies en el suelo y el corazón en el cielo, que sigue cumpliendo con su tarea hasta rematarla. Todo con la decencia de no bombear arteramente, ni herir a mansalva por aquí y por allá. Después, cuando los toreros al quite consiguieron llevarse al toro, levantó la puya y procedió a montar de nuevo. La gesta quedó escrita en los tres minutos que este hombre estuvo en el ruedo.
 
En los portales taurinos, las notas al respecto son escuetas y por ello injustas. Sin pretensiones de llevarse el laurel, César Morales tiene un rato largo que sale a la arena a cumplir con su trabajo y a dar el extra de la bizarría como mandan los cánones de su oficio. Es un profesional y nada más, pero en las ancas de su montura echa su gran afición y nos regala detalles de una enorme torería. Ya les comenté la tarde en que a fuerza de torear a caballo y de sonar el estribo, el sólo –y con dos cojones- colocó al novillo. Luego, hizo una pica para ejemplificar tratados de tauromaquia y por si faltara, antes de deshacer la reunión arrancó la divisa del morrillo, misma que cuando cabalgaba con rumbo a la puerta de caballos se la regaló a un aficionado de barrera. Detalles de guapeza, mientras el espada de turno y su cuadrilla lo observaban perplejos.
 
En esto va su gloria, no en el engorde de la chequera ni en una fama que no sobrepasa a los entendidos, sino en atreverse a gestos para un día narrarlos a los nietos, cosas del oficio cargadas de coraje y de talento … y luego, como tarde a tarde, contento consigo mismo, el castoreño terciado hasta una ceja, la rienda en la mano izquierda y en la derecha la vara apuntando al cielo, entre los aleteos de palomas que son las ovaciones, con la sonrisa viril y pensativa, consciente de que en su vida no querría ser otra cosa, magnífico se marchó del ruedo.

 

 
José Antonio Luna Alarcón
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México