Di con la noticia cuando buscaba en internet algo con que llenar la tarde del domingo. Allí estaban los dos trasteos de Sebastián Castella, vestido de malva y oro, con los que al cortar una oreja a cada uno de los toros de su lote, abrió la Puerta Grande de la feria de San Isidro. Faenas de manos bajas y detalles elegantes, pero a las que les faltó ritmo. Los dos de Garcigrande no se lo permitieron. El primero, un toro negro serio y con cuajo, fue manso; se rajaba al segundo muletazo huyendo hacia las tablas. Aunque el matador le atravesaba la muleta y lo retenía, en cada desaire del burel se rompió la cadencia. El segundo, un girón muy bien cortado, fue más bravo, pero la obra no alcanzó las alturas anunciadas en los primeros pases por alto. El ritmo es la esencia del verso taurino del que una vez habló Antoñete. Sin ritmo, el poema concebido por el torero francés, finalmente no fue escrito en forma rotunda. La armonía es al toreo lo que la palabra es a la poesía. Es decir, el arma, la herramienta, el consenso y la expresión del alma.

Habló de estas cosas, porque dando vueltas a las páginas electrónicas apareció la noticia de que El Aguafiestas, como llamó Mario Paoletti en la biografía que escribió del autor uruguayo, había muerto. Entonces, te invade una tristeza, como la neblina que cae de los tejados. Sabes que no es malo que las personas se marchen, es la irrevocable ley de la vida, y a final de cuentas uno también se irá el día que llegue la hora. Pero, pasa que hay gente que engalana el mundo. Hombres y mujeres lejanos que te ayudaron a conquistar una novia, a recibir a un hijo o a decirle adiós a tu patria. Es una tristeza suave acompasada, que te dice que aunque no lo creas te has quedado más sólo, más vano. Parece que en alguna parte suena un bandoneón y la voz de un hombre recién muerto habla del viento y el exilio, de un inventario y de una primavera que tenía una esquina rota.

 

 

 

 

 

 

 

 

Desde Puebla (México), crónica de José Antonio Luna