Hay una fotografía que me emociona mucho. Fue tomada por Manuel Cervera en la corrida del Corpus en Toledo, en el año de 1918. Ya se sabe que el calendario católico y el taurino están hermanados, por lo que cada fecha importante del primero, registra las gestas del segundo. La foto bautizada por su autor como Caída al descubierto, capta la esencia torera de aquellos tiempos en que los caballos de pica salían sin peto. Por ello, el toro ha dado cuenta  de uno que yace en la arena, supongo que moribundo. En primer plano, está la imagen vigorosa de un mozo de estribo visto de espaldas que tensas y un poco arqueadas las piernas listas para escapar del peligro, permanece junto al equino derribado. Por su parte, el toro que ha desmotado de su jaco al picador Farnesio va a por él, ante la desesperación de Rodolfo Gaona que toca con el capote al Veragua –el barbas era del hierro del duque-, mientras su rival y viejo compañero de hazañas, Juan Belmonte, colea al cuernos, los dos en un afán quijotesco por salvar al compañero en el suelo. Por su parte, los monosabios tocados todos con gorra, se disponen a huir ante la acometida del toro. Uno de ellos lleva la camisa arremangada y escapa en algo parecido a un pase de baile, mientras un mozo de espadas muy catrín calzado con zapato de dos colores y vestido de traje, corbata y cachucha, se acerca a ayudar. A lo lejos, cerca de las tablas dos peones y otro picador observan el lance. Los del callejón y los de las primeras barreras, que son las que alcanzan a salir a cuadro, miran expectantes.

Manuel Cervera tardó muchos días en decidirse a presentar Caída al descubierto en la Exposición Internacional de Londres de 1919. Temía la reacción del público no español a un tema como ese. En lo que a mí respecta, consciente de que no hay nada nuevo bajo el sol, describo la imagen a sabiendas de que los animalistas -siempre tan acertados- se van indignar por lo de los equinos heridos y se alegrarán por la paliza que está a punto de recibir Farnesio, el que por cierto, en esta ocasión no sufrió percance alguno y que en su anecdotario está el de ser el varilarguero que picó a “Bailaor” el toro que mató a Joselito, frase esta última, que será otro motivo de celebración de los antis. Hoy, los civilizados hombres del siglo veintiuno correríamos a hacer el quite a los caballos y el hombre derribado nos valdría completamente madres. Pero qué quieren, eran tiempos en que a la gente le importaban más sus congéneres, lo que aumenta el valor de la vieja estampa.

La fuerza de la escena, lo oportuno del disparo, la composición espontánea de la lámina, el impresionante juego de luces, sombras y contraluces, sumado a la atmosfera de profundidad, dieron a Manuel Cervera y a su fotografía -una de las mejores en toda la historia de la tauromaquia- el premio de treinta mil pesetas.

Quise hablar de ella, porque ayer asistí a la primera exposición fotográfica de dos entrañables amigos, Fernando Moreno y Josué Merlo. Encantado por su obra y agradecido al hecho de que generosos me hayan nombrado padrino del evento, deseo con fervor que algún día sean los Cerveras de este tiempo y capturen una escena que se vuelva mítica y les de premios y les de gloria y también, la corresponsalía en algún diario de renombre. O por lo menos, que al admirarla, orgullosos, sepan que fueron capaces de detener el mundo en el momento justo, robándole al sol las luces precisas y que lo imprimieron en un papel que ha de sobrevivir mucho más que ellos. Que ese cuadro sea capaz de llevar al que lo mire mucho más allá del instante y del suceso, porque el valor de una gran fotografía se cifra en que nos habla de un instante y de lo que pasó antes y de lo que pasó después.

Hay fotos que me reconcilian con el mundo. Caída al descubierto es una de ellas. Hermosa, nostálgica y honda. Su magia estriba en que captó el momento y junto con él, el carácter y la reciedumbre de los hombres que vivieron la magia de los tiempos atroces en que los que el futuro inmediato era incierto. Algo incomprensible para nosotros que con el arrojo bárbaro de un espontáneo saltando al ruedo y en agudo estado de cretinismo bebemos café descafeinado, fumamos cigarros eléctricos de los que arrojamos vapor, gozamos del amor en latex,  no salimos a la calle si no llevamos con nosotros el teléfono móvil y tenemos contratados fastuosos seguros, incluido desde luego, el seguro para contratar los seguros.

 

 
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México