Estos últimos días he recuperado la admiración y el respeto que toda mi vida había sentido por los toreros, valoraciones entrañables que guardo desde niño y que los mata novillos conrniprecarios se han empeñado en destrozar con la saña y el entusiasmo, que los cazadores de focas aplican al momento de apalear al infortunado mamífero marino que no alcance las aguas. El recuperar mis sentimientos de consideración ha sido un bálsamo en los tiempos tan vulgares que vivimos, épocas de resistir con dos cojones y cara de hombre en esta sociedad sin héroes, tan necesitada de quijotes y atiborrada de sancho panzas e hijos de puta, es decir, tipos que en deshonestidad, ordinariez, imprudencia y arbitrariedad se han superado varios grados, obteniendo el honoris causa como proles de la reina del burdel.

La cosa empieza con un video que publicaron en Sabios del Toreo.com, la página que tiene a bien divulgar mis ocurrencias. En las imágenes un torero, no sé si aficionado practicante o en su tiempo, candidato a profesional, a sus ochenta y siete años le pega unos muletazos a una vaquilla. Roberto Avelar López -pariente de los herederos de Rafael Sánchez “Pipo”, el apoderado del Cordobés-  se echó al agua y con mucha dignidad ha pasado varias veces a la vaquita.  Lo que me hace recordar una mañana luminosa en la ganadería de Tenexac, en que Jorge Riveroll, matador en retiro, al ver las excelentes cualidades de la vaca que tentaban, también, con más de ochenta años de ver salir el sol,  pidió las tres y se fajó a naturales. Eso, si me permiten, son hazañas que no voy explicar, pero ya se imaginarán la arreglada de asunto en que puede terminar el atrevimiento, si en cualquiera de los dos casos la erala los llega a coger, por lo menos, les deja los huesos hechos un polvorón.

La otra es la dignidad con la que Uriel Moreno El Zapata se recupera del tremendo tabaco que le pegó un toro de Santa Fe del Campo. Dos trayectorias, una de treinta y otra de veinte centímetros. “Medio metro de cornada”, insistía el diestro postrado sin quejarse. “¡No tocó la arteria iliaca, ni el hígado, ni los riñones ni los intestinos!”, me repetía asombrado el matador a las pocas horas de haber sido operado. Abdomen, tórax e ingle cosidas como si tuvieran largas cremalleras son los recuerdos que le quedarán para siempre, además, ¡claro!, el ojal enorme en la parte interior de la pierna que fue el lugar por donde entro el pitón. Asombro, sí, pero no miedo ni quejidos.

Y la última. Vamos a Vistalegre. Por la puerta de cuadrillas aparecen los dos espadas, David Mora y Jiménez Fortes, el público conmovido se pone de pie para brindar una larga ovación, el reconocimiento al espíritu imbatible de dos hombres que han revivido. Por su empeño y fortaleza, los invita a saludar en el tercio, la escena es de una sensibilidad profunda. Es que David Mora recibió una de las cornadas más espeluznantes en la historia del toreo. Era el veinte de mayo del año 2014, en las Ventas, se fue a recibir a portagayola al primero del Ventorrillo. El toro lo coge y se ensaña con él y después de seis derrotes golpeando violentamente su cuerpo, lo deja tan malherido que la recuperación ha sido muy dolorosa, larga y complicada, tanto que se pensó que nunca volvería a los ruedos. Mora en su reaparición, desde la adusta solera de las primeras verónicas, toreó entregado, con serenidad, buen gusto y parsimonia como no lo había hecho nunca.

Por su parte, Jiménez Fortes que enhiló dos gravísimos cates en el cuello, uno se la pegaron en Madrid y el otro, a los tres meses en Vitugudino. En este revivir en el frío invierno de Vistalegre, ha dejado en claro que quedan muchas agallas para aguantar verónicas y gaoneras, recibir de muleta con el cartucho de pescado y torear encajado. Metido en los terrenos del toro ha destruido el mito que pregona lo de que “el valor se escapa por los agujeros de las cornadas”.

Han regresado Mora y Jiménez Fortes, restañadas las heridas de la carne, de la voluntad y del espíritu son dos héroes revividos que han desparramando dignidad al andar por el ruedo.

Los que he nombrado, entre todos y cada uno, desde el sitio humilde o sobresaliente que les ha correspondido en la existencia, nos han dado una lección de grandeza. El espíritu humano, la vida y el toreo son asuntos fascinantes. En el ruedo, el honor, la admiración y el respeto son para los que saben reclamarlo. A veces, entre los escombros que han quedado, renace este pintoresco mundo en el que algunos hombres, fieles a sí mismos, como si nada, nos enseñan que al destino hay que plantarle cara con la dignidad y el coraje de un soldado espartano.

 

 
 
José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México