Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Pues, fíjense que no, que no me sumo al júbilo popular que han generado las dos corridas de Aniversario. No me causa ninguna dicha ni me hace ninguna ilusión ver lo que ha quedado de la fiesta. Los festejos de cumpleaños de la plaza más villamelona del mundo son un catálogo de la decadencia. Y, a estas alturas -ya con el estoque adentro-, es inútil aportar un poco de decencia e higiene taurina a lo que pasa en ella. Si se pone atención, los resultados de las dos corridas del aniversario no son lo positivos que parecen.
Entre el corte a destajo de orejas y las multitudinarias, jubilosas, y falsificadas salidas a hombros, quedan señales rojas que no queremos ver. Los espectadores que en la actualidad acuden al coso de Insurgentes carecen de un conocimiento que garantice el apego a la tradición. Tampoco existe una autoridad que sostenga el orden y buen funcionamiento de la corrida.
Por eso, no echo las campanas al vuelo. Tal vez, será el poco entusiasmo que me causa ver a alguien que desde un caballo le llena de acero los lomos a un torito desarmado. La lidia para que tenga un valor mínimo, tiene que estar cimentada en la lealtad con la que el hombre se enfrenta al toro. Si el cornúpeta tiene estampa de novillo y los pitones aserrados por la mitad, la cosa se pone a la altura de una parodia. Además, el rejoneo cada vez se acerca más a lo circense que a la doma tanto clásica como vaquera. Diego Ventura de dos patadas hizo cisco la memoria de “Fantasma”.
También, faltó sapiencia taurina en el modo como el público premió a Joselito Adame. Que le hayan dado dos orejas por una faena que se matizó más en la vulgaridad rampante, en descargar la suerte y en ponerse fuera de cacho, no es culpa del diestro de Aguascalientes, sino de la genta que coreaba conmovida un toreo de pases a larga distancia y sin ligazón.
El Calita nos regaló algunas tandas de toreo serio y hondo, incluidos los doblones. Su faena fue como un destello de lucidez del público que parecía recordar vagamente lo que son los muletazos realmente hondos. Fue como si la memoria colectiva tratara de reconocer el toreo verdadero, sin embargo, la falta de técnica le impidió redondear la tarde. Roca Rey nos mostró lo buen torero que es, dio lecciones de colocación y de lo que es sobar un toro. Por su parte, los bichitos del Vergel que lidió Ventura no valieron nada y los toros de Montecristo salieron justitos y mansurrones.
El día cinco, se dio otro llenazo contemporáneo, es decir, casi ocupadas todas las localidades de numerado y vacía la parte de los generales, salvo los espacios que ocupan las porras.
A Pablo Hermoso de Mendoza lo dejaron perplejo mirando al tendido sin comprender a qué hora y por qué sólo con él, se les acabó lo dadivosos. Con mucha cerveza y poco conocimiento en la grada, fue fácil para Ponce alternar los pases con el pico de la muleta y el toreo de gran belleza. A Sergio Flores y a Luis David Adame los trataron bien y no les exigieron nada.
La ignorancia brinda la felicidad que el conocimiento quita. La gente salió contenta y se llevaron a hombros a todos, incluso a los que no cumplieron con los requisitos para salir así del ruedo. Faltó un pelo de gato para que se llevaran por la puerta grande hasta al monosabio Gamucita. Quedó pendiente mucho que compensar y creo que a la tauromaquia mexicana ya no le queda tiempo.
En cuanto al encierro de Los Encinos que, en general, se portaron bien, fueron  ponderados de más. Lo que pasa es que estando tan acostumbrados a ver becerros engordados, nobles y bobos, cuando salen cuatreños bien presentados, a lo del trapío y la bravura le ponen nota de superlativo.
En conclusión, premios exagerados, triunfalismo a ultranza, orejas baratas concedidas a pesar de desarmes, pinchazos y estocadas bajas, loas a los héroes escritas en crónicas de periodistas sin escrúpulos que viven del saludo de los toreros, es el balance engañoso. No debemos tergiversar, a la fiesta le dieron duro, aunque haya parecido que el puntillero la levantaba.