Se los cuento, porque la literatura es terapéutica y me estoy ahorrando varios años de sicoanálisis. Confieso que curtido como aficionado a los toros por los palos recibidos a lo largo de mi vida, tengo atrofiado el sentimiento de solidaridad compatriota. Es decir que no me voy a detener en sentimentalismos. A Luis David Adame lo han inflado muy rápido y con ello, corremos el peligro futuro de tremendo desencanto, como ya lo vivimos cuando Payos, Saldívares y compañía, siendo novilleros triunfaron en Las Ventas y luego, ¡tómala barbón!, seguidores y toreros todos juntos, nos despeñamos mediocridad abajo cual campeones de esquí en las olimpiadas de invierno.

El triunfo apoteósico de Luis David en Pamplona con los novillos de El Parralejo, fue una exageración propiciada por un público ansioso de una fiesta que esperamos todos -me incluyo- y que tarda más en llegar que cualquier otra. También, por un señor autoridad complaciente que no tomó en cuenta que a las dos faenas les faltó temple y pozo, y que las estocadas cayeron por debajo del sitio en el que Dios mandó que se sumieran.

En general, Adame estando bien no alcanzó la altura de sus dos novillos, cosa lógica si consideramos que aunque está placeado y se le nota que torea mucho al cobijo de su hermano, aún es un aprendiz. Al primero de su lote, que tuvo recorrido y embestía claro, lo dejó ir con toda la hondura que el novillo traía en su nobleza. A su segundo, más o menos por la misma línea, le hizo el toreo bonito, variado y superficial que, a fin de cuentas, no termina por grabarse en la memoria de nadie.

Sí, es cierto, las zapopinas fueron muy buenas y en su segundo turno, al torear por alto, en varias ocasiones tragó paquete pasándose los pitacos que le hacían cosquillas en el ombligo y luego, lo de la estocada a recibir. Sí, pero faltó profundidad a su toreo en redondo. Si no queremos que Luis David Adame se convierta en un “cortaorejas” de los que abundan en el mundo de los toros y sea otro ser vestido de luces completamente alejado del toreo de paladar, debemos exigirle mucho más. Por su parte, él tiene que aprender que el buen toreo es hondura, además de la clase y la técnica que, desde luego, las tiene.

Hablar de pozo, en realidad, es hacerlo de espiritualidad. Lo definió el escritor Agustín de Foxá al que cita Juan Manuel de Prada en su tertulia Lágrimas en la lluvia: “los toros son el arte de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse con toda naturalidad entre el más acá y el más Allá”. La corrida es un rito -el oficiante debe estar muy consciente de ello- una ceremonia del espíritu y eso, tiene una potencia tremenda que la aleja radicalmente del comercio en la que muchos la han convertido. Por ello, Luis David Adame debe cuidarse de los ingenieros y de los mercadólogos del toreo, que disparan carreras vertiginosas hacia la cumbre y a la hora de hacer cuentas, resulta que sus figuritas de mazapán se les desbaratan en las manos. Por nuestra parte, los mexicanos, si de verdad queremos un torero que trascienda y tenga vitola de verdadera figura, tenemos que exigirle mucho y sobre todo, no considerarlo, desde ahora, el bálsamo de Fierabrás.

La gran faena siempre rebosa de la espiritualidad de su autor, como el Primero sueño lo hace del espíritu de Sor Juana o Los amantes de Teruel del aliento del pintor Muñoz Degrain. En Pamplona no fue el caso. Luis David Adame estuvo bien, pero no rayó a las alturas deseadas. Es tal el furor causado que no sólo abrió la puerta grande de dos patadas, gracias al entusiasmo de un público ansioso de fiestas y la largueza de un presidente despreocupado, sino que muchas crónicas ya lo ponderan como el nuevo as de la torería mexicana y hay quien se atreve a advertirle al hermano mayor, a Joselito, que se cuide porque el enemigo vive junto a él.

No, perdonen, la cosa no fue para tanto. Además de torear bien y bonito, hay que torear hondo, templando y poniendo el corazón en los chismes. Por ahora, va bien, buen torero, pero todavía no para entronizarlo.

 

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México