Miré no más don Gilberto, el taco gordo que ha armado por ser congruente una vez en la vida. No permitió usted que El Juli se pasara de listo y le ha llovido fuerte. Empezando por el grito ofensivo de un público vulgar y cobarde protegido tras la cortina del montón y el anonimato. Es que en este país no nos salen bien muchas cosas, pero ponernos de acuerdo para gritar en común una bajeza o para linchar a alguien, eso sí que lo hacemos como nadie en el mundo. A lo anterior, hay que sumar la pretensión del doctor Herrerías de cometer una ordinariez suprema, como era lo de querer rebautizar a uno de los bichos con otra injuria dedicada a usted.

Sí, es cierto, la faena fue muy buena, de mucho temple y gran entendimiento de los terrenos y las distancias, un deleite, pero a la hora de tirarse a matar, Julián López buscó los blandos arteramente con la intención de obtener las orejas que usted tan acertadamente negó. De haberlo premiado, continuaría impulsando la decadencia a galope tendido que estamos viviendo.

A las diversas formas de matar, por decir algo, a recibir, a un tiempo, a volapié, ahora debemos sumar la estocada al brinco. Y no me opongo al golpe de canguro, sino a que el sartenazo es pegado con una manifiesta intención de dar muy abajo, porque El Juli, al momento del salto, no se echa sobre la cruz, sino para afuera y, obvio, la espada entra muy caída, con lo que obtiene dos ventajas, escupirse de la suerte y meter el estoque hasta los gavilanes, pero en los pulmones y eso, señor Ruiz, no se vale. Es que el toreo, entre otras cosas, debe ser un enfrentamiento leal de dos seres en el que al hombre concierne salir victorioso. Por esa lealtad, a la bravura del toro corresponde el valor del torero y a la nobleza bovina, la rectitud del obrar humano. 

Debo decirle que en la entrevista televisiva fue humillante verlo retractarse y ofrecer una disculpa, lo que no me quedó claro es si la estaba usted dedicando al Juli, al público, a Rafael Herrerías o a todos juntos. Me dolió porque sus palabras de disculpa atentan contra la dignidad, la suya, la mía, la de los aficionados y la de todo el género humano, porque no hay nada más degradante que ver a una persona pedir perdón por haber sido valiente y honesta. Cierto es que a usted le pasan cosas como esta por la inconsistencia en su manera de aplicar el reglamento, por ejemplo, aceptar novillos como toros, dar orejas a faenas tan vulgares como un espectáculo de Polo-Polo con estocadas igual de defectuosas. Al punto, le participo que Ignacio Garibay se ha colado a la corrida del aniversario. Es más, el domingo pasado, en el sexto de la corrida, un toro con estampa de novillito, pegó usted petardo al dar la oreja a Joselito Adame por la faena más ramplona de la temporada. Qué gran cantidad de pases de rodillas, confundió el ruedo de la Plaza México con la explanada de la Villa de Guadalupe  y luego, con el de San Pacomio de las Tunas.

Así las cosas, a veces uno se pregunta cómo es posible que la razón y la justicia sean más perseguidas que la jaca de un rejoneador. Por cierto, ahí tiene usted al juez de San Luis Potosí que ha preferido renunciar que doblegarse ante la prepotencia y la arbitrariedad de Pablo Hermoso de Mendoza. La afición no apoya a quien defiende sus intereses, sino a los ídolos, aunque le vean la cara cada vez que se presentan. El domingo, antes de que saliera el primero de Montecristo, los espectadores llamaron al tercio a tres toreros que no se han cansado de dárnosla con queso. Esta vez, Zotoluco se empeñó en hacernos creer que el primero era más malo de lo que en realidad fue y en su segundo practicó el teletoreo, por lo que se tuvo que tapar mientras los de las gradas ovacionaban al buen y corniprecario toro que desperdició el diestro de Azcapotzalco. El Juli en México ha renunciado a la alternativa -capte usted mi sarcasmo- desde “Trojano” que fue un toro extraordinario con estampa de becerro, y Joselito Adame, que torea mejor al público que a los toros y ya es decir.

En fin, don Gilberto Ruiz Torres, me despido. No quiero que se quite de en medio sin antes decirle que le guardé admiración por una tarde y que me hubiera gustado que se fuera usted sosteniendo su palabra con dos cojones y cara de hombre. Sin entender porque no otorgó las orejas -incluso, llegué a pensar que el amo Herrerías se había disgustado con El Juli y su administración- quiero agradecerle su fugaz esfuerzo, que por unas horas me hicieron pensar que las autoridades de la delegación Benito Juárez –o como se llame ahora-  querían poner orden en ese “teibol dans” guapachoso y sandunguero que se llama Plaza México.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México