Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Como el grito que brota del tendido y rasga la tarde: eso, es torear. Más allá, de escribir sobre la faena inventada de Antonio Ferrera, una obra enjundiosa, viva, cargada de oficio y arte, a uno de los seis minusválidos de Villa Carmela. En la que además, lidió bajo la inspiración divina de Rodolfo Rodríguez -yo te venero Pana– en una obra en la que demostró su admiración por el maestro tlaxcalteca.
Si la faena fue excelsa, el culmen se dio en un quite a un toro que no le correspondía. Fue un recorte oportuno, armonioso y artista para salvar del peligro al banderillero Christian Sánchez, que corría a toda velocidad en dirección de las tablas después de haber clavado un par casi a toma y daca. Cuando el toro estaba a punto de alcanzarlo, entonces, apareció el capote providencial de Ferrera que se atravesó entre el hombre que huía y el toro que lo acosaba. El hecho es que no sólo interpuso la tela con eficacia, sino que al mismo tiempo, lo hizo vistosamente, con mucha gracia, como diciendo: tranquilos, ahí queda eso.
¿Qué es torear? Se preguntó el gran crítico Gregorio Corrochano y se contestó, que no lo sabía. Pero él hablaba de la poética del toreo. Es que en el aspecto técnico, la respuesta es muy sencilla: Torear es burlar la peligrosa acometida de un toro. De hecho, en su trabajo enciclopédico Los toros, en el volumen I, José María de Cossío dice que torear es “Lidiar los toros en la plaza.” De inmediato, completa citando a otro teórico: “Sánchez de Neira amplia: corriéndolos para hacer en ellos suertes […] para burlar y dominar al toro.” La definición se entiende sin mayor problema. Sin embargo, en el aspecto lírico, ¿qué es torear?.
En ese quite, una larga de mano baja y dejando el trapo en las extremidades delanteras del bicho, el toro era un pistilo negro en medio de los pétalos color de rosa de la capa. El quite de Ferrera es lo que se llama echar un capote. En el ruedo y en la vida, el capote se echa cuando alguien la está pasando mal. En este caso, ante la inminente cornada, dio una lección magistral de estética, gracia y poderío.
Eso hace vibrar de emoción y gratitud. La torería es un don, un regalo de los dioses; al igual que la clase, no se puede aprender, se tiene o no, y ya. La torería es arte, talento, valor y liturgia.
¿Qué es torear? No lo sé, pero, intuyo, que es salirle al paso al toro y mover el capote o la muleta como si fueran parte del mismo cuerpo del torero y hacerlo con gran técnica, porque no puede haber errores, la vida está en peligro de muerte, en este caso, la vida de otro y jugar hábilmente, en un instante y con toda la serenidad del mundo como quien se acerca a la barra a pedir un café.
Estar así de atento a la lidia de otros e intervenir con la velocidad de un rayo y de inmediato, una vez haciéndose de la embestida, detener el tiempo, eso es torear.
Por su parte, la faena, elegantísima y mágica, fue sacada de la nada, porque el toro era vulgar. La maestría de Antonio Ferrera raya en lo sublime, lo escribo por lo del domingo en la Plaza México y pensando en un toro que bordó una noche prodigiosa en Tlaxcala. Aquella vez, la obra maestra fue ejecutada a un par de metros del burladero de transmisiones, vi al torero extremeño pegar hondísimos naturales llorando de sentimiento y eso no la voy a olvidar nunca.
Esta vez, a sus lances y pases sumó la impronta de El Pana, actitud que celebro sobre manera. Por cierto, lo de Ferrera con el gran Rodolfo es algo similar a lo que hicieron Disney y Pixar en “Coco” con “La Calavera Garbancera” de José Guadalupe Posada, que Diego Rivera, en el cuadro “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, la pintó de estola al lado de tantos personajes de la Historia de México, bautizándola como “La Catrina”, es decir que tuvieron que venir extranjeros, para que muchos, que hoy se dicen sus seguidores, descubrieran su enorme arte y gran valía.