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Esta es una carrera brutal y desenfrenada que no podemos considerar provechosa o baldía, buena o mala, ni útil ni inútil. Es simplemente la vida y lo que cada quien sueña de ella. Es también, la obediencia al código que esos mozos reafirman en el silencio de la madrugada, cuando se están vistiendo de blanco y se engominan el pelo frente al espejo; cosas que son como son y nada puede hacerse para cambiarlas. Lo del encierro pamplonica es una fiesta de vida y muerte, una tradición heredada que habrá quien la deseche y habrá quien la siga con fervor. Un ritual que pervive a modas y novedades. Año tras año, la gente llega y corre los toros aceptando las consecuencias de este juego atávico e incomprensible. Los que se acercan siempre son otros y sin embargo, siempre son los mismos.

 

Durante los últimos alientos que le quedan, con los ojos fijos y dibujado en el rostro el asombro ante la muerte, Daniel Jimeno Romero se desangra y recorre la memoria de una vida. Pocos segundos en los que vertiginosamente desfila una película. Las imágenes muestran los rostros de los hermanos tan queridos que se quedaron en casa; las ternuras de una madre que no se volverá a ver; la piel cálida de esa novia que tendrá que reescribir la historia de amor por su cuenta y los amigos de los que no hubo despedida. Hace apenas un minuto por la calle de la Telefónica corría junto a otros mozos conduciendo el hato de bravos y cabestros. “Capuchino”, de la ganadería de Jandilla, es el nombre del toro castaño que cortado del resto de la manada, voltea grupas y se ensaña en contra de un grupo de corredores. El azar ha permitido que el pitón encuentre la carne de Daniel y le perfore el cuello desprendiendo la aorta y la vena cava, enterrándose luego hasta el pulmón. El mozo sintiendo que la vida se le escapa, ya no lucha por no dejarse vencer. La mañana es brillante, fresca y de un cielo inmensamente azul.

 

Sabes, el asunto no tiene sentido, pero mirándolo bien ¿qué lo tiene realmente?. Me preguntas cosas para las que no tengo respuestas. Entre otras razones, porque no siempre encontramos la respuesta. Es una lástima que no existan las varitas mágicas, te lo digo desde lo más hondo. El año entrante volverá el verano caliente a las calles de Pamplona y correrán los toros, el vino y la sangre. Otros hombres con el corazón retumbándoles en el pecho, esperarán el chupinazo, es decir, el estallido que libera ese río de emociones. En medio de los demás, echarán a correr sin ninguna razón válida. No cuenta la de ponerse a salvo, porque durante las fiestas en esas vías, a esa hora, lo que precisamente se busca es plantar cara y ponerse en peligro. Sólo por el inmenso gusto de calentarse el ánimo y saber que -más allá de tradiciones, ritos y el consecuente caudal de adrenalina- sienten tanta pasión por vida que nadie, ni siquiera ellos, adivinan por qué, quieren apostarla a una carta. Tal vez, sucede que lúcidos, intuyen la existencia como un juego inapelable en el que todos los participantes, algún día, acabamos por perder.

 

 

 

 

 

 

Crónica de José Antonio Alarcón